Anarquismo en Argentina
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Anarquismo en Argentina
Sacado del libro de Abel Paz, Durruti en la Revolución Española. Me gustaría haber encontrado una referencia más cercana y más completa sobre este movimiento tan importante, de momento nos conformaremos con este texto que no es poco.
Capítulo XII: De Simón Radowitzy a Boris Wladimirovich
Por circunstancias ajenas a la voluntad de Durruti y Ascaso, la excursión americana iba a terminar por donde lógicamente debía haber empezado. Y lo que era
peor, llevando "Los Errantes" tras de sí a las policías de tres Estados, persiguiéndoles por "delitos" que, por otra parte, en el Buenos Aires de 1925, mantenían
dividido al anarquismo argentino debido a la polémica originada en torno a los métodos del activismo. Una fracción era partidaria de la expropiación de los bienes materiales y del atentado personal; mientras la otra era contraria a dichos procedimientos, por considerarlos impropios del anarquismo. Sin embargo, las causas básicas de esas prácticas directas estaban ligadas a la naturaleza del propio poder en la Argentina, el cual era altamente represivo sobre el movimiento obrero. Por esto, y por la gran afluencia de anarquistas entre los inmigrantes y los exiliados arribados a las tierras rioplatenses, en la Argentina y en el Uruguay, el anarquismo combativo tenía numerosos adeptos.
En agosto de 1905 se había constituido la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) en el denominado V Congreso, prosiguiendo la línea de los intentos de unificación del movimiento obrero, cuyo primer antecedente hay que buscarlo en la creación de la sección de la Asociación Internacional de los Trabajadores, o Primera Internacional, en 1872. Este, y los esfuerzos unitarios posteriores, se diluyeron por culpa de las interminables discusiones, semejantes a las de los europeos, mantenidas entre los socialdemócratas, los marxistas, "los sindicalistas" y los anarquistas. El predominio, en aquella época, lo tenían estos últimos -sobre todo en los gremios de composición artesanal- y los anarcosindicalistas. Ello se hace evidente en el mencionado V Congreso, donde, por amplia mayoría, se resuelve la adhesión al ideario del "comunismo anarquista", como se le llamaba entonces, antes de que los bolcheviques se apropiaran del término comunista. Los socialdemócratas, por su lado, ya tenían organizado desde 1896 su Partido Socialista, inscrito en el cauce reformista y parlamentario marcado por la Segunda Internacional.
Una organización obrera no nace si no existe la razón obrera que le da vida, y la existencia obrera surge por la presencia de una burguesía, que es la que engendra el proletariado. Quiere decir esto que, si en la Argentina aparecieron organizaciones obreras hacia la década de 1880, era porque la evolución económica capitalista e industrial del país iba creando las bases de la sociedad burguesa y, por ende, la lucha de clases en medio de una situación en que esa lucha iba a aparecer en su estado más puro.
"Había miedo al predominio obrero, y se pusieron en juego todos los recursos para debilitar al movimiento huelguístico desencadenado por los panaderos de Buenos Aires en agosto de 1902. Fue en ocasión de esta huelga cuando el juez Navarro allanó el local de la Federación Obrera, sede de 18 gremios de la capital,
en cuya oportunidad las numerosas fuerzas policíacas que entraron en el local hicieron grandes destrozos en muebles y en libros (...). El procedimiento del juez
Navarro produjo un efecto contrario al esperado, pues todos los trabajadores se indignaron y protestaron valientemente. En esa emergencia, los oradores socialistas se unieron a los anarquistas en la condenación de los atropellos cometidos, habiéndose realizado en conjunto el 17 de agosto un gran mitin al que concurrieron 20.000 obreros" [150]. En las etapas siguientes, la combatividad obrera irá en aumento, zanjándose todos los conflictos huelguísticos por medio de la violencia:
intervención brutal de la policía por un lado, y sabotaje y boicot por parte de la clase obrera.
Por principio de autoridad, el Gobierno se había propuesto que el Día de los Trabajadores no se celebrara en la Argentina. Pero la Federación Obrera convocó en Buenos Aires, para el 1 de mayo de 1904, una manifestación que debía partir de la plaza Lorea o del Congreso para congregarse en torno a la estatua de Mazzini, en el paseo de Julio. Acudieron a dicha manifestación más de cien mil personas, según los cálculos de la misma prensa burguesa. Esa cifra era enorme, teniendo en cuenta que la capital argentina contaba por aquel entonces con un millón de habitantes. La policía, con pretextos o sin pretextos, atacó a tiros de revólver a los concurrentes. Los obreros que disponían de algún arma replicaron a la agresión. Se entabló un intenso tiroteo y cayó la primera víctima obrera, el marinero Juan Ocampo. Un grupo de unos trescientos manifestantes, entre los que había algunos armados de revólveres, rodearon el cadáver, lo tomaron a hombros y la caravana marchó resueltamente por las calles de la ciudad hasta el local de La Protesta, en la calle Córdoba. La policía intentó varias veces interrumpir la manifestación, pero comprendió que esta vez no tropezaba con una muchedumbre desarmada, sino con un grupo de hombres decididos a enfrentarse a cualquier situación, y se contentó con seguirla desde lejos. Desde el local del diario anarquista el cadáver de Ocampo fue trasladado a la Federación Obrera, en la calle Chile, donde fue depositado para ser velado por el pueblo trabajador de Buenos Aires. Una vez los obreros dentro del local, la policía concentró grandes fuerzas a su alrededor en despliegue de batalla. Los obreros comprendieron que sería estéril una nueva masacre y abandonaron el edificio, lo que fue aprovechado por los guardias del orden para llevarse el muerto y enterrarlo clandestinamente. Además del marinero muerto, hubo más de treinta obreros heridos de bala. Estos son los sucesos conocidos como la masacre de la plaza Mazzini.
Pero esta cruenta represión no podía detener la marcha de la clase obrera; por el contrario, el movimiento obrero fue incrementando sus actividades en todo el país. Uno de sus sindicatos, el de Estibadores u Obreros del Puerto, tomó la iniciativa, en junio de 1905, de convocar un congreso sudamericano, para constituir
la Federación de Transportes Marítimos y Terrestres, de estibadores y afines y de todas las sociedades de Transporte de Sudamérica. En la circular donde se fundamenta esta iniciativa se lee:
"Por lo tanto, este Comité resuelve efectuar su IV Congreso en la ciudad de Montevideo, en la primera quincena de octubre del corriente año, con carácter de I Congreso Sudamericano de Transportes Marítimos y Terrestres.
"Se resuelve que en este primer Congreso Sudamericano tomarán parte todas las Sociedades de Transportes Marítimos de las siguientes Repúblicas: Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Paraguay, Ecuador, Venezuela y México, para celebrar un pacto sudamericano y deliberar sobre la mejor forma de contrarrestar los avances del absorbente capitalismo y entrar en relaciones con la Federación Internacional de Transportes, que tiene asiento en Hamburgo (Alemania)".
Esta iniciativa encierra una gran importancia social y política. Se trata de un considerable paso del sindicalismo obrero, de cara a estrechar lazos internacionales, en un país que es parte de un continente formado por un mosaico de estados artificialmente fragmentados por los intereses de las clases dominantes; herencia,
a su vez, del español y, después, de los vínculos neocoloniales establecidos por las nuevas potencias imperialistas: Gran Bretaña y los Estados Unidos de
América. Por esto, se comprende la reacción opresora de las clases dominantes y los gobernantes en la Argentina, con la contribución imperialista. El ascenso de
la clase trabajadora y su organización independiente, venían a poner en peligro la conjunción de la clase burguesa nativa y las fuerzas imperialistas; sobre todo si el
impulso proletario unificaba los movimientos obreros de América Latina, replanteando la integración liberadora de los diversos países de habla hispana. No es
extraño, pues, que el aparato estatal arremetiera persistentemente con energía brutal sobre las rebeldías obreras, los sindicatos y su central, que por aquel entonces era la FORA.
Concretamente, a partir de ese 1 de mayo de 1904, teñido de sangre trabajadora, todos los siguientes fueron de tanta o mayor intensidad social. Y las razones son obvias: podemos hallarlas en las terribles condiciones a que estaba sometida la clase trabajadora. En 1905, la respuesta programática la dio el ya mencionado
V Congreso de la FORA, a partir del cual la lucha obrera se radicalizó aún más. Solamente en 1906 hubo en Buenos Aires 39 huelgas, en las que participaron
137.000 trabajadores. Las estadísticas señalaban que un promedio de 600 obreros estaban constantemente en conflicto con la burguesía. Esta situación de antagonismo social permanente ponía los nervios de punta a los gobernantes. El coronel Falcón, jefe de policía de la capital federal, irritado por la importancia que tomaba la lucha obrera y la propaganda anarquista, juraba que acabaría con los libertarios. Para conseguirlo llevó a cabo no sólo continuos atropellos a la libertad
individual y de asociación, sino que también aplicó leyes restrictivas y decretos dictatoriales, a la par que practicaba a diario "procedimientos de excepción". Entre el movimiento anarquista y forista por un lado, y el Estado argentino y sus fuerzas represivas por el otro, quedó planteado un claro desafío.
En 1902 se aplicaba, por primera vez, el llamado "Estado de sitio", verdadero "Estado de excepción" que barría los muy respetados derechos constitucionales e
individuales. A partir de entonces, sería impuesto por largos períodos y por casi todos los gobiernos constitucionales --o sea, resultantes de elecciones nacionales- o de facto -es decir, de hecho-. En consecuencia, la excepción era, en realidad, el vivir bajo el imperio constitucional. Ese mismo año de 1902 se dictó, además, una de las leyes más represivas y más combatidas de la Argentina, que perduró durante más de medio siglo; se trata de la denominada Ley de Residencia (número 4.144 ). La misma permiría a la oficialidad la deportación de todo extranjero indeseable a sus intereses. Teniendo en cuenta que la Argentina tenía una población formada en alto grado por sucesivas olas inmigratorias de los pueblos europeos -iniciadas desde el último cuarto del siglo pasado y continuadas hasta la Primera Guerra Mundial (1875-1914), que registró una aportación masiva de trabajadores, sobre todo italianos y españoles-, se ve claro a quiénes iba dirigida dicha ley. Esta se convertía en una excelente arma del régimen oligárquico y reaccionario, para deshacerse de los hombres de ideas avanzadas y de los militantes que luchaban por una mayor democracia y libertad.
La FORA reaccionó ante la prepotencia del régimen, exhortando la rebeldía obrera y estimulando la lucha por la liberación de la opresión clasista. El año 1909
sería un año decisivo en esta dura guerra social, donde por un lado estaba la oligarquía o alta burguesía cerrada -satélite y cómplice del imperialismo capitalista internacional- y por el otro, un pueblo nativo marginado o condenado a las peores condiciones laborales, que comparría la explotación y las miserias de las
masas inmigrantes incorporadas como mano de obra barata.
La oligarquía, los representantes imperialistas y los gobernantes argentinos se preparaban para celebrar la magnífica conmemoración del primer centenario del
25 de mayo de 1810, día en que los criollos se dieron el primer gobierno patrio que, después de intensas luchas, culminó con la declaración de la Independencia
Nacional el 9 de julio de 1816, separándose de España las entonces llamadas Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy convertidas en Argentina, Bolivia,
Paraguay y Uruguay.
Pero la toma de conciencia y las luchas del movimiento obrero -que se organizaba y planteaba sus demandas- son tomadas, por los herederos de aquellas luchas de principios del siglo pasado por la liberación nacional, como "una cuestión social extraña o ajena al suelo rioplatense". Resulta no sólo ridículo, sino hasta curioso, comprobar cómo las clases dominantes de todos los tiempos y de todos los países generan ideologías justificatorias de sus privilegios, las cuales funcionan como "falsa conciencia". La "clase alta" y los gobernantes argentinos no podían entender que si el país se modernizaba y, a la vez, se incorporaba al mercado mundial capitalista, como ellos mismos lo aceptaban bajo estructuras propias de una semi-colonia, tenía inevitablemente que brotar y desarrollarse en sus formas contemporáneas la lucha de clases. El crecimiento de un capitalismo subordinado a la nueva metrópoli económica, Gran Bretaña, engendraba una clase trabajadora que planteaba la lucha revolucionaria del proletariado de nuestros días. Las clases dominantes y sus representantes en el Gobierno sólo sabían responder a esto con el odio y la ira de los privilegiados y los explotadores, tratando de acallar toda voz de protesta y dignificación humanas mediante la represión sistemática, la clausura de los locales sindicales, el silencio de la prensa combativa, el allanamiento y destrozo de los centros de reunión, ateneos y bibliotecas proletarias, y encarcelando o deportando a todo activista o militante que se alzaba en defensa de los derechos del hombre.
No obstante, los trabajadores, por su lado, no se acobardaban ni retrocedían. Así fue como llegamos a 1909, año que empieza con huelgas generales, mítines y
concentraciones obreras. Entre los motivos de indignación y protesta figuraba la repulsa unánime por el fusilamiento en España del pedagogo Francisco Ferrer.
"El primero de mayo de aquel año, como casi siempre, se celebraban dos manifestaciones: la de los socialistas y la de los anarquistas. El punto de concentración
de la última era la plaza Lorea, hoy Congreso; la de los socialistas se encontraba en la plaza de la Constitución. Alrededor de unos 30.000 asistentes contaba la
primera. Al ponerse en marcha, el escuadrón de seguridad carga bestialmente a tiro limpio sobre las personas. Fue imposible hacer frente al ataque imprevisto, y
la enorme muchedumbre se desbandó, sin que algunos combatientes individuales lograsen detener la masacre. El Gobierno del presidente Figueroa Alcorta se
cubrió de gloria. Hubo ocho muertos y ciento cinco heridos. En esa manifestación obrera había un joven ruso llamado Simón Radowitzky..." [151].
En respuesta al citado atropello, los socialistas de la UGT y los anarquistas de la FORA declararon la huelga general por tiempo indeterminado, y "hasta tanto se consiga la libertad de los cómpañeros detenidos y la apertura de los sindicatos obreros". La huelga se prolongó, imponente y unánime, una semana, a pesar de la
represión que se vivió durante aquellos siete días, la cual agregó nuevas víctimas a la lista. Ante la envergadura de los acontecimientos, el Gobierno tuvo que ceder poniendo en libertad 800 presos, derogando el código municipal de penalidades y permitiendo reabrir los locales sindicales. Pero el instigador y jefe de la
represión, el coronel Falcón, seguía al frente de la policía, significando esto una burla y una provocación a la clase obrera.
Aquel muchacho ruso, Radowitzky -recién llegado al país, hondamente herido en su idealismo y su sensibilidad, contando apenas dieciocho años- guiándose por su propio impulso y asumiendo el destino de liberar a los trabajadores y oprimidos de aquel sanguinario, decidió eliminar a tan siniestro personaje. Estudió la oportunidad, y fue así como el 14 de noviembre de 1909, mediante una bomba y actuando completamente solo, puso fin a la vida del coronel Falcón. Había transcurrido justamente un mes desde el día en que el rey Alfonso XIII decidiera el fusilamiento de Francisco Ferrer .
Como era de suponer, al atentado siguió una represión enorme. La Protesta, que había sido suprimida por el Gobierno, publicó un boletín clandestino aplaudiendo al joven ruso. Por su parte, la FORA, a través de un periódico también clandestino, titulado Nuestra Defensa, se solidarizaba y reivindicaba el acto justiciero de Simon Radowitzky.
En estas circunstancias, llega el 25 de mayo de 1910, centenario de la Independencia Argentina, fiesta patriótica, nacional y burguesa. La FORA quiso
transformarla en fiesta obrera, revolucionaria e internacional, tomando la iniciativa de convocar un congreso obrero sudamericano para el 30 de abril de aquel
año. Todas las asociaciones obreras afines a las teorías de la FORA correspondieron a la llamada anunciando su presencia. Para la burguesía de toda
latinoamérica aquello significó demasiado atrevimiento, y, desde todos los países, empujaron a la Argentina para que metiera de una vez en cintura a los díscolos
anarquistas. La dura represión comenzó el 13 de mayo, declarándose "el Estado de guerra" e imponiendo el terror policiaco por doquier. Los primeros detenidos fueron los redactores de La Protesta, de La Batalla y los componentes del Consejo Federal de la FORA y de la CORA ( Confederación Obrera Regional Argentina escindida de la FORA en 1909 y de inspiración "sindicalista" y "economicista"). A estas detenciones siguieron muchas más de significados militantes obreros, entre ellos muchos extranjeros.
Además, bandas de "patoteros" de la burguesía, protegidas por las autoridades y la policía, organizaron manifestaciones, lanzándose a las calles, invadiendo, destrozando e incendiando centros sindicales y político-proletarios, tales como los locales del semanario anarquista La Protesta y del órgano de los socialistas, La
Vanguardia. Ushuaia, el célebre penal de Tierra del Fuego, en el sur argentino, mejor conocido "por el cementerio de hombres vivos", se vio repleto de presos, a la par que muchos extranjeros fueron deportados. Pero aunque resulte increíble, en Buenos Aires los trabajadores declararon la huelga general como protesta al centenario y al terror policiaco-burgués.
Después de 1910, sucedieron tres años de clandestinidad para la FORA. En 1913, aprovechando un momento propicio, se pasó a la reorganización de los gremios, ante el asombro de ver entre las filas obreras a nuevos elementos jóvenes que se habían iniciado en la lucha durante ese duro periodo histórico.
Los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, sin dejar de hacerse sentir la lucha de clases, ésta fue menos cruenta. y quizá una de las causas de ello fuera la importante escisión que se produjo en la FORA con ocasión de su IX Congreso en abril de 1915: una fracción pasó a llamarse "FORA del IX Congreso", adoptando una línea sindicalista. El otro sector, el del "V Congreso", continuó manteniendo la posición más radical, es decir, anarquista. Entre ambas fracciones se entabló una agria polémica, y sabido es que cuando el movimiento obrero polemiza consigo mismo, las energías que deben emplearse combatiendo a la burguesía se malgastan en combatirse los militantes obreros entre sí. y de tal lucha, lamentablemente, saca partido y ganancias la burguesía.
Con la entrada del año 1917, la burguesía arremetió de nuevo, pues la FORA -que a partir de ahora la entenderemos como resultante del "V Congreso"- continuaba siendo una organización determinante en la vida obrera del país. De tal modo que en dicho año se registra la muerte por la policía de 26 obreros. Sin
embargo, también se registra un nuevo auge de la organización obrera, como consecuencia de la revolución rusa y la agitación revolucionaria que se desencadenó en los años 1919 y 1920: ocupación de fábricas en Turín, consejos obreros en Baviera, revolución en Hungría y la subversión social en España. Todos estos hechos repercutieron fuertemente en la Argentina, y provocó en la juventud de aquel país una clara politización que se canalizó a través de la FORA y otros grupos extremistas.
De todos modos, y por primera vez, aconteció en la Argentina un hecho singular: la toma espontánea de conciencia revolucionaria, que, por ser espontánea e imprevista, necesitaba una mínima preparación que fuera capaz de sostener un proceso pre-revolucionario que condujera a una auténtica revolución. "La Semana Trágica" de enero de 1919, fue el desenlace de todas aquellas pasiones. Se creó una situación que aparentaba ser revolucionaria, pero que, en realidad, precisaba para ello de bases más sólidas. El anarquismo no podía hacer milagros, y tampoco podía pretender asaltar el poder al estilo bolchevique. El espontaneísmo revolucionario dio de sí todo lo que podía dar y entró en colapso después de sus primeras embestidas. "La Semana Trágica" dejaba como lección la necesidad
imperiosa de organizar la revolución. El proletariado iba apagar duramente esa ausencia de preparación; pero, igualmente, sus impulsos habían llenado de terror a las clases dirigentes. Ese fue el pretexto principal para que la burguesía desatara la tremenda represión que siguió al feroz combate de la huelga insurreccional de
enero de 1919 -diurante los sucesos de la llamada "Semana Trágica"-: 55.000 fueron los presos o los pasados por comisarías en todo el país. La isla de Martín
García se convirtió en prisión. Pero dentro de tal represión, yeso es lo asombroso de aquel movimiento, la FORA y sus gremios, los grupos obreros y sus periódicos, aunque clandestinos, continuaron existiendo y publicándose; incluso, poco tiempo después, se vieron enriquecidas las publicaciones con un cotidiano:
Tribuna Proletaria.
En este nuevo renacer, que situamos en 1920, al igual que en otros lugares del mundo, también en la Argentina la cuestión de la revolución rusa tuvo sus repercusiones, y la FORA no podía salvarse de ellas. En el interior de la FORA se planteó la cuestión de adherirse o no al proceso soviético. El mismo entusiasmo que reinó en España durante el congreso de la CNT en 1919, ganó a algunos militantes de la FORA argentina, los cuales se empecinaron en aceptar la teoría de
"la dictadura del proletariado" a lo bolchevique. "Esa disidencia --escribe Abad de Santillán- debilitó a la FORA, justamente en el período en que estaba por
absorber en su seno a todo el movimiento obrero del país". La corriente "anarco-bolchevique" fue aprovechada, como ancla de salvación, por la FORA del IX Congreso, derivando ya plenamente en el reformismo socialdemócrata que financiaría incluso sus periódicos pro-bolcheviques para atacar a la FORA del V Congreso. En marzo de 1922, la corriente pro-bolchevique y los restos de la FORA del IX Congreso de fusionaron para formar una nueva central obrera: la Unión Sindical Argentina.
Entre los años 1920 y 1922, es decir, los años de polémica y los años en que ya aparecieron los agentes de Moscú en Buenos Aires, tratando de dividir el
movimiento obrero, y que en parte lo consiguieron --como lo había intentado en España el grupo Maurín-Nin, aunque sin éxito-- ocurrieron en la Argentina hechos lamentables de abandono proletario, cosa que anteriormente habría sido inconcebible.
"Por esta época -reproducimos textos de Santillán (agosto de 1921)- comienza el movimiento de la Patagonia a preocupar a la atención pública. Fue al comienzo un simple movimiento de reivindicaciones modestas, pero la persecución policial y el odio de los hacendados hicieron de él un acontecimiento histórico. Abarcó millares de obreros de las estancias y se mantuvo casi un año, hasta que fue salvajemente aniquilado por el Ejército Nacional. "Se calcula en millares los obreros muertos y heridos en el movimiento de la Patagonia. El héroe de aquellas jornadas brillantes fue el teniente coronel Varela, el pacificador"...
La división obrera asumía su responsabilidad en este y otros hechos acaecidos durante aquel periodo. y no sin razón, los foristas del V Congreso cortaron la polémica para no perder más energías y se entregaron a reconstituir el movimiento obrero. Pero el mal ya estaba hecho, y era de esperar, tal y como se presentaban las cosas en una Argentina en plena ebullición de pasiones, que se hiciera un frente único, pero contra el anarquismo. y contra ese frente único, ¿cómo iba a reaccionar el anarquismo militante? La más inmediata respuesta vino de un obrero alemán que militaba en los grupos anarquistas de Buenos Aires, Kurt
Wilkens, quien, e123 de enero de 1923, anrojó una bomba y disparó varios balazos al "héroe de la Patagonia", dándole muerte.
Actitudes como la de Simón Radowitzky y Kurt Wilkens repercutían fuertemente, era natural, en una juventud que se estaba formando al calor de las derrotas, de las masacres y de ese frente único establecido contra el anarquismo. En la Argentina, como una gota de agua se parece a otra gota de agua, iba a producirse el mismo fenómeno que se produjo en España en los años de 1921 a 1923: la organización de la defensa revolucionaria frente al terror gubernamental. y la expropiación sería uno de esos métodos, fatalmente necesario, para un movimiento que la burguesía y los aparatos estatales arrinconaban para aplastarlo mejor.
El primer anarquista en emplear la expropiación como método de acción revolucionario fue un ruso: Oermán Boris Wladimirovich, de 43 años, médico, biólogo, escritor y pintor. A la edad de veinte años militó en el partido de Lenin, pero se separó de los socialdemócratas rusos -posteriormente bolcheviques y comunistas- después del congreso de 1906. Desde entonces, Boris comenzó a evolucionar hacia el anarquismo, hasta entrar plenamente a militar en la Internacional Anarquista. Viajó por Alemania, Suiza y Francia. Contrajo una enfermedad pulmonar y, por consejo de sus amigos, se instaló en la Argentina, participando en la propaganda oral y escrita. Pero Boris, al igual que Bakunin, con todo y ser anarquista, no dejó de ser ruso y sentirse ruso. Su acción posterior a "La Semana Trágica" parte principalmente de ese precedente ruso.
Antes de "La Semana Trágica" funcionaba una organización compuesta por hijos de la burguesía argentina, de corte netamente fascista, denominada "La Guardia Cívica", la cual evolucionó pronto hacia la llamada "Liga Patriótica". Dicha organización contaba con un dirigente llamado Manuel Carlés, doctor en medicina. Era un tipo influyente en los medios gubernamentales, y puso "La Liga" al servicio de la policía. Los elementos de esa "Liga" se comprometieron fuertemente en la represión contra los obreros durante y después de "La Semana Trágica". El lema de "La Liga Patriótica" era: "Haga patria, mate un judío". Pero en Buenos Aires, esos judíos eran de nacionalidad rusa, en su gran mayoría. Para Carlés y sus huestes, judío y ruso eran una misma cosa, y más aún cuando se trataba de combatir la revolución rusa. «Una degollina de rusos», propagaban los adictos de tales organizaciones derechistas --en gran medida parapoliciales-, al tiempo que la propaganda difundida era embrolladora por el sentido nacionalista y patriótico que le daban. ¿Podía prender en el pueblo argentino dicha propaganda antirrusa y antijudía, o, mejor, antisemita? Desgraciadamente, la historia nos ofrece a menudo fenómenos lamentables de psicosis colectiva...
Y Boris Wladimirovich era ruso, posiblemente judío. Por tanto, tenía la suficiente experiencia para saber lo peligroso que eran estas persecuciones contra "rusos" y "judíos". Recordemos los constantes progroms llevados a término en la Rusia de los zares.
¿Qué hacer, pues, para ilustrar al pueblo argentino sobre la realidad rusa y su revolución? Boris Wladimirovich milita, junto con un compatriota, Juan Konovezuk, en el ala pro-bolchevique de la FORA del V Congreso. Ambos discuten la necesidad de fundar un periódico, con el objeto único de informar al pueblo argentino sobre el hecho ruso y la revolución que se está desarrollando en aquel país. Hay que evitar, a toda costa, que la propaganda antirrusa de "La Liga Patriótica" afluya en los argentinos. Como no tienen medios económicos, y Boris seguramente tiene la experiencia expropiadora de la Rusia de 1900, planea un robo a mano armada aun joyero. Y el golpe, sin fortuna, lo dieron el 19 de mayo de 1919. Juan Konovezuk -que luego resultó ser Andrés Babby, ruso blanco de 30 años, residente en Buenos Aires desde hacía seis años-, mata de un tiro aun policía durante el hecho. Uno y otro serán detenidos; y la prensa del país se ocupó largamente del asunto. Cuando en el juicio que se les hizo, terminaron condenados a cadena perpetua, Boris declaró: "La vida de un propagandista de ideas como yo está expuesta a estas contingencias. Lo mismo hoy que mañana. Ya sé que no veré el triunfo de mis ideas, pero otros vendrán detrás más pronto o más tarde".Boris y Babby fueron internados en Ushuaia, "la Siberia argentina"...
Con la acción proyectada por Boris Wladimirovich y llevada a cabo por él y su compañero Babby, la cuestión de la expropiación como método de lucha revolucionaria quedó planteada en el movimiento anarquista argentino. Y ello fue motivo para que se re lanzara la polémica en torno a la violencia, los atentados
personales, etc. La Protesta, de Buenos Aires, quiso guardar la forma pura de la teoría sin mácula, cuando en realidad resultaba difícil mantener esa posición y
defender --como defendía a Simón Radowitzky y como defendió al propio Boris- la sentencia "venganza de clase", y como seguiría defendiendo a Kurt Wilkens y Sacco y Vanzetti. Frente a la posición ambigua y moderada de La Protesta, se levantaba La Antorcha, animada por una fuerte personalidad al estilo de Flores Magón, que sostenía que la revolución y, por ende, los revolucionarios, eran ilegales por esencia. La figura sobresaliente de esta última hoja anarquista era Rodolfo González Pacheco, de pluma certera, incisiva y acerada, como lo demuestran, entre otros escritos, sus rápidas notas bajo el título de "Carteles".
En 1923, la división entre La Protesta y La Antorcha quedó consumada. Entre los "antorchistas" figuraban dos personalidades destacadas: el celebre dirigente de
los metalúrgicos de Buenos Aires y secretario del Comité Pro-presos y perseguidos, Miguel Arcángel Roscigna, y el maestro de escuela Severino di Giovanni,
secretario del Comité Antifascista italiano, sentimental e idealista, a quien la fuerza, brutal del Estado lo transformará en "el idealista de la violencia" [152].
Germán Boris había puesto en movimiento una maquinaria que para marchar no necesitaba nada más que se la engrasara. Hipólito Irigoyen, siguiendo la pauta de
los anteriores presidentes conservadores de la Argentina, se encargó, con su metódica represión, y con sus encarcelamientos continuados, de untar la máquina para
que no se parara. Así transcurría la historia social de la Argentina cuando en agosto de 1925 llegaron "Los Errantes" a Buenos Aires.
Notas:
150. Para la descripción de los acontecimientos narrados en este capítulo seguimos a Diego Abad de Santillán, La FORA, Editorial Proyección, Buenos Aires, 1971. Se trata de una revisión de la obra editada en 1931. Los entrecomillados corresponden al libro citado.
151. Los datos y hechos relativos a Boris Wladimirovich se encuentran en la op. cit. de Osvaldo Bayer. Los entrecomillados corresponden a dicho texto.
152. Osvaldo Bayer, Severino di Giovanni, Editorial Galerna, Buenos Aires, 1970.
Capítulo XIII: "Los Errantes" en Buenos Aires durante el año 1925 * No está completo, sólo lo que se refiere a la historia del Anarquismo en Argentina *
En el capítulo anterior hemos hecho referencia a Severino di Giovanni. Conviene que precisemos mejor su personalidad y su papel militante. Di Giovanni había nacido en Italia el 17 de marzo de 1901, en la región de los Abruzos, a 180 kilómetros al este de Roma. Hijo de familia acomodada, Severino se rebeló pronto contra la autoridad paterna. Estudió para maestro de escuela y, en sus horas libres, para tipógrafo. Se inició de joven en las ideas anarquistas con lecturas de Bakunin, Malatesta, Proudhon y Kropotkin. A la edad de diecinueve años quedó huérfano y en 1921 -a los veinte años- se entregó por entero a la militancia anarquista.
En 1922 se produce "la marcha sobre Roma" encabezada por Mussolini y, consecuentemenre, el fascismo se impone en Italia. Severino, como sus dos hermanos y muchos otros militantes obreros, huyen de Italia. Unos se radican en Francia y otros se exilian en la Argentina. Entre estos últimos está Severino, quien llega a Buenos Aires en mayo de 1923, empleándose en seguida como obrero tipógrafo al mismo tiempo que se incorpora a la central obrera denominada FORA del V Congreso.
Cuando di Giovanni arriba a la Argentina, el país está gobernado por el Partido Radical, es decir, la Unión Cívica Radical, cuya principal base social está
formada por las nuevas clases medias que, relativamente enfrentadas a la vieja oligarquía terrateniente, ganadera y comercial, reclaman una mayor apertura para la
democracia y el liberalismo que les favorece. El primer presidente argentino procedente del Radicalismo había sido Hipólito Irigoyen, su líder principal, quien
gobernó entre los años 1916 y 1922, y fue reelegido en 1928 para terminar derrocado por un golpe militar en 1930. Durante el primer mandato de Irigoyen, y a
pesar de su democratismo populista, se producen dos grandes represiones contra los trabajadores: la primera, en enero de 1919, durante la llamada "Semana
Trágica" de Buenos Aires; y la segunda, sobre los peones rurales de la Patagonia (en el sur argentino), en los años 1921 y 1922. Entre los años 1922 y 1928, la presidencia del país fue ocupada por otro dirigente Radical, el doctor Marcelo Teodoro de Alvear, estrechamente ligado al viejo régimen; ex-embajador en
París, y cuya esposa, Regina Pacini, italiana y de "la alta sociedad", evidenciaba simpatías por el autoritarismo mussoliniano. Ella, seguramente, instigaba a su
esposo para que combatiera el antifascismo de los italianos residentes y exiliados en la Argentina.
Di Giovanni, como italiano revolucionario, militó de entrada en los organismos y comités antifascistas creados en suelo argentino; y, como escritor, fue corresponsal en Buenos Aires de L ' Adunata dei Refrattari, órgano del anarquismo italiano residente en los Estados Unidos. Sin embargo, pronto se convencería de que los círculos y entidades antifascistas no eran otra cosa que un pasatiempo para los políticos socialdemócratas, comunistas y ciertos liberal-progresistas. "Para Di
Giovanni, el antifascismo organizado por todas las tendencias engañaba a las masas, y por eso inició la publicación de un periódico libertario llamado Cúlmine.
Lo escribía, lo componía y lo imprimía él mismo en sus momentos libres, robando horas al sueño". Tal era el personaje que escandalizó, el día 6 de junio de 1925,
a "la flor y nata" de la burguesía y a las clases políticas dirigentes de Buenos Aires por su intervención en la representación artística organizada por la Embajada de
Italia y realizada en el Teatro Colón de la capital argentina.
El embajador italiano en Buenos Aires, aristócrata que respondía al nombre de Luigi Aldrovandi Marescotti, buscó explotar en forma magnífica y políticamente la fecha del veinticinco aniversario del advenimiento al trono de Víctor Manuel III. y con ese propósito, organizó un festejo a "lo grande". Con dicha gran
fiesta pensó afirmar su confianza ante Mussolini y demostrar al cuerpo diplomático que el régimen político de Italia gozaba de buena salud y prestigio. Hay que
tener presente la existencia de la amplia comunidad italiana en la Argentina, resultado de la llegada de cientos de miles de hombres y mujeres procedentes de
la península itálica durante décadas y establecidos en las pampas rioplatenses. Muchos de estos italianos, o sus descendientes, habiendo "hecho la América" y
aburguesados hasta los huesos, simpatizaban con el fascismo mussoliniano.
Las gestiones del embajador italiano consiguen que asista a la fiesta del Teatro Colón el mismo presidente de la República, acompañado de su esposa. Asistiendo
el presidente, es de rigor (burgués) la asistencia de los ministros, con el de Relaciones Exteriores a la cabeza y también las altas personalidades y funcionarios oficiales, embajadores, cónsules, etc., concurriendo, además, los representantes -"damas y caballeros"- de "la alta sociedad" oligárquica y burguesa y los
agentes de los monopolios internacionales. Por supuesto, igualmente asisten los jóvenes hijos de la burguesía que actúan en "La Liga Patriótica", haciendo causa
común con "los camisas negras" de la embajada italiana. En suma: la celebración en el Teatro Colón de la llamada "Reina del Plata", no tendría que envidiar ni a
los actos fascistas llevados a cabo en Roma.
La gran velada artística del 6 de junio de 1925 comenzó con la ejecución del Himno Nacional argentino, a cargo de la Banda Municipal de Buenos Aires.
Después de los consabidos aplausos, los ejecutantes interpretan la Marcha Real de Italia. La colonia burguesa y fascista italiana se pone en pie, gtita, vocifera y hasta el embajador canta a voz en grito en honor de la Italia fascista.
Pero desde "el gallinero" del teatro, lugar que la burguesía ha dejado para que el populacho también asista a la fiesta, se registran murmullos, voces, que se
hacen potentes: "¡Assasini!", "¡Ladri!", "¡Matteotti!" y tras los gritos, que suenan a espanto entre aquella gente de "la sociedad", una lluvia de volantes "mariposas",
denunciando la opresión en Italia, cae a la platea hasta los mismos pies del embajador, conde De Viano.
Los "camisas negras", que se habían disttibuido estratégicamente para evitar hechos como el que precisamente está horrorizando al "gran público", y que no han podido prever ni acallar de entrada, se lanzan rápidos contra ese desborde édito en los "excelsos" escenarios, con el fin de silenciar al grupo que ha venido, a turbar la fiesta fascista. Entre los que alborotan y gritan condenaciones al fascismo italiano y los "camisas negras", se inicia un forcejeo, una lucha en la que entran las cachiporras que los fascistas no habían olvidado por si acaso.
Uno de los que más grita es un muchacho alto, rubio, vestido de negro. Un camisa negra lo toma por el cuello y lo arrastra sobre las butacas. Pero ese muchacho tiene la fuerza de una bestia. De unas cuantas brazadas tira abajo a los que tratan de darle puñetazos, cachiporrazos y patadas; se para en la primera fila, y sigue
gritando mueras a Mussolini y denunciando los horrores del fascismo y de sus clases dominantes.
Por espacio de diez minutos, la docena de alborotadores imponen su ley, gritando y luchando cada uno a brazo partido con los que desean silenciarlos. Pero la
lucha no daba para más, y uno a uno fueron arrinconados y apresados. El joven vestido de negro fue el último en caer, víctima por detrás de un cachiporrazo.
Arrastrándolos, fueron sacados del teatro ante el griterío de "la crema" de la sociedad porteña, descendida a niveles de "grosería". Todos deseaban escupir y patear
a los atrevidos que habían insultado lo que para muchos de los presentes era "la madre patria", a su rey y a su predilecto Mussolini.
Escoltados por militares italianos de alta graduación, los revoltosos fueron entregados en la calle a la policía, que fue metiéndolos en un furgón celular. El último en entrar fue el joven rubio, vestido de negro que escupió al rostro de un tieso militar italiano un: "E viva I' anarchia" [153].
De todos los detenidos, el único en responder sin evasivas a las preguntas de la policía fue el joven rubio, vestido de negro. El mismo se declara anarquista. Y
firma su declaración con letra segura: Severino di Giovanni.
153. Osvaldo Bayer, op. cit.
“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”
José Llunas
José Llunas