Contra la lectura -Erick Benítez Martínez
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Contra la lectura -Erick Benítez Martínez
Desde finales del siglo XVII y hasta una buena parte del siglo XIX se aprobaron en Estados Unidos leyes que prohibían la alfabetización. Mississippi, Virginia, Georgia, Alabama, Louisiana y Carolina del Norte se destacaron en la formalización de estas leyes, mientras Carolina del Sur prohibía a los esclavos leer y escribir bajo pena de multas de 100 libras y seis meses de prisión.
Las leyes iban dirigidas ante todo contra los esclavos, contra la raza negra, y las penas no solo eran económicas o prisión, sino que se incluían (casos de Alabama, Virginia, Georgia) los acostumbrados azotes a quienes se atrevían a leer o escribir.
Durante la dictadura franquista estaba prohibido, bajo pena de prisión perpetua o ejecuciones, la lectura de periódicos y libros revolucionarios. Los militantes anarquistas se jugaban la vida al editar sus periódicos en sitios clandestinos y al hacerlos circular. Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera o el CNT se imprimían en sitios clandestinos y si el sitio era descubierto los que se encontraban realizando la labor eran apaleados, encarcelados y en muchísimos casos fusilados o pasados por Garrote Vil. Los números que circulaban en la España franquista costaban, literalmente, vidas humanas.
A finales del siglo XIX en Rusia la propaganda anarquista era introducida en el país a costa de graves riesgos para quienes lo realizaban. Y si el zarismo era destacado en esto, el imperio de los bolcheviques no hizo nada distinto. Bajo el régimen de Lenin los periódicos anarquistas eran clausurados, y bajo el reinado de Stalin, puesto en la Secretaría del Partido por Lenin (que no se olvide) fueron muchos los anarquistas encarcelados y sus periódicos definitivamente liquidados dando paso a oscuros años de censura.
México no fue tampoco ajeno a estas prohibiciones contra la lectura: durante el Régimen porfirista los trabajadores eran controlados por los patrones no solamente en su alojamiento y su alimentación (que debían comprar en las Tiendas de Raya), sino también en su pensamiento, supervisando los libros y periódicos que podían leer los trabajadores.
La gente estudiosa del anarquismo en México tendrá siempre presente la persecución que sufrió el periódico Regeneración y el brutal acoso que sufrieron sus redactores y distribuidores en México como en Estados Unidos debido ante todo a los artículos publicados que hacían temblar a la dictadura porfirista.
En todos los países los revolucionarios han tenido que luchar contra la censura y el impedimento de los Estados fascistas, demócratas o marxistas, que buscaban que la literatura revolucionaria, y sobre todo la anarquista, no fuera permitida o fuese impedida todo lo que fuera posible. Ha sido siempre la lucha de la cultura y la inteligencia contra la oscuridad y la ignorancia.
La cosa no carece de lógica: una de las necesidades del Estado y el capital para mantenerse en el poder es precisamente la ignorancia de las personas, de ahí las Cruzadas que han desatado todos los Estados en todos los países contra la cultura. La ignorancia de sus derechos es un pilar esencial para que las clases trabajadoras se mantengan en la sumisión; la ignorancia de la economía impide a las clases obreras ver que ellas son las auténticas dueñas de toda la producción, y que acepten sumisamente su papel de carneros de la producción sin más derecho que el de pegarse una borrachera cada fin de semana; la ignorancia de las masas asegura su sumisión, y la religión viene siempre a remachar la cadena de la explotación indicando que mientras tengan vida las personas no tienen derecho a ninguna justicia que, dicen las religiones, solo vendrá después de la muerte.
El astro rey del socialismo autoritario alemán, Karl Marx, decía que dialécticamente el capitalismo engendra a su propio sepulturero, lo cual es cierto, pero que de ninguna manera se puede trastocar en fundamentalismo, en un hecho consumado en la dirección indicada por el hecho de indicarlo. El hecho de que exista una clase explotada no significa que por su propia condición de explotación vaya a levantarse contra la clase que le oprime. Es necesario que esta clase, mejor dicho, que estas clases (porque me parece absurdo hablar de una sola clase explotada) conozcan su propia condición de clases primero, de clases explotadas después. Esta conciencia, dicen los marxistas ya en el siglo XX en el contexto de la revolución rusa, le debe venir de fuera de su clase, puesto que las clases trabajadoras son siempre demasiado estúpidas como para adquirir esta conciencia.
Este presupuesto conduce de forma directa al caudillismo, porque ya que las clases trabajadoras necesitan la conciencia de forma externa, dependen por ello mismo de dirigentes que sepan guiarle por el camino ¿Qué camino? Sería preciso preguntarse.
En tanto que la conciencia les viene de fuera de las clases trabajadoras, esta conciencia no es necesariamente la que mejor atiende a sus intereses, sino lo que mejor (pensando que sea mejor) interpretan los agentes externos a las mismas. Estos agentes, en tanto ajenos a las clases trabajadoras y a sus penurias, son incapaces de interpretar de forma correcta sus necesidades y urgencias. La interpretación que den estos agentes, pues, será siempre falsa en cuanto a las necesidades de las clases trabajadoras y acomodada según los intereses de estos agentes externos. De ahí que ni los partidos políticos burgueses ni los revolucionarios más radicales ajenos a las clases trabajadoras sean nunca capaces de interpretar las necesidades de los pueblos y todos sus programas se reduzcan a simples reformas burguesas provechosas a las clases contrarias a las trabajadoras.
La Historia nos ha demostrado ampliamente que esa conciencia externa no es más que la apología del espinazo de bisagra apto para doblarse ante los líderes del Partido.
Los anarquistas ven las cosas de manera diametralmente opuesta. No estos o aquellos anarquistas, sino todos de forma histórica: la única forma de que la gente sea realmente libre no es que otros hagan la revolución por ellos y ellas, sino que la hagan ellos y ellas de manera directa; la única forma en que las aspiraciones de las clases trabajadoras sean conquistadas de manera efectiva es que sean estas mismas clases trabajadoras quienes las formulen; la única forma de que los movimientos anarquistas y los sindicatos no sean corrompidos, es que no haya líderes ni voceadores de las clases trabajadoras ni de los anarquistas, sino que sean las propias clases trabajadoras y anarquistas quienes alcen la voz ellas mismas. Todas estas fórmulas se pueden resumir en la clásica frase “hazlo tú mismo”.
Esta última frase, aplicada a la conciencia de clase, alude directamente a la necesidad de que la conciencia de clase no sea aportada desde fuera de las clases trabajadoras, sino que son las propias clases trabajadoras quienes deben esforzarse por obtener esa conciencia de clase.
También aquí la cosa es lógica: ¿cómo podrían las clases obreras querer luchar contra el capitalismo y el Estado, si no saben que son sus enemigos? ¿cómo podrían asumir una conciencia de clase, si no saben que el mundo está dividido en clases? ¿cómo podrían querer hacer una revolución si no conocen la necesidad de la misma?, y si llevamos el asunto a quienes ya se asumen anarquistas ¿cómo podrían formular soluciones a los problemas actuales si no conocen lo que quieren, cómo lo quieren ni por quienes debe realizarse?
En los tiempos actuales los anarquistas somos pocos en el mundo, y nuestras ideas irán siempre difundiéndose de manera lenta en tanto que no se haga del anarquismo una auténtica cultura que abarque todos los rincones posibles del mundo. Todo otro camino es falso, producto más del idealismo que de un análisis real del contexto que vivimos. Que alguien me diga en qué país los anarquistas son una fuerza tan grande como para poderse enfrentar contra un Ejército armado y bien adiestrado y que tengan posibilidades de triunfar. Es evidente la carencia de datos en este sentido. El trabajo del anarquismo en la actualidad es ante todo pedagógico, de difusión y organización; difusión y organización que anarquicen la sociedad y nos hagan tener la fuerza suficiente para enfrentar de manera frontal y abierta al enemigo en las calles con posibilidad de triunfo.
Si nuestras aspiraciones fueran las de dirigir y mandar el asunto no presentaría problema: iríamos a las clases trabajadoras para dirigirlas y mandarlas y el ser una minoría lejos de ser un impedimento sería un punto a favor de la nueva cúpula dirigente.
Siendo nuestras aspiraciones totalmente distintas, sin aspiraciones de mando ni de dirigencia, solo podremos triunfar cuando las clases trabajadoras tengan conciencia de lo que queremos, se hagan anarquistas y se lancen a la lucha con la suficiente fuerza para triunfar. Y si no se hicieran anarquistas, sería suficiente con tener una fuerza suficiente para la revolución y que las masas trabajadoras no se constituyeran en obstáculo a la misma.
Una sociedad anarquista como la que deseamos no se logrará por medio de iluminados dirigentes que les digan a las personas qué hacer y cuando hacerlo. Para evitar que la conciencia de clase venga de fuera, de dirigentes, y que las clases trabajadoras se conviertan en grupos borreguiles, es preciso que cada uno, cada una, obtenga conciencia de clase, de manera que al ser todos conscientes los líderes sean inútiles e imposibles.
Esa sociedad anarquista necesitará personas con las ideas bien claras, sabiendo en todo momento evitar ser dirigidas, sabiendo organizar la producción de manera libre y sobre todo, de forma que haga imposible la explotación. Eso no se logrará jamás de forma instintiva.
Cierto que hace muchos años hubo sociedades sin Estado donde la propiedad privada no existía, pero las condiciones sociales han cambiado demasiado. Esas sociedades no tenían una población tan abundante como hoy, los medios de producción no eran tan avanzados como lo son hoy debido a las propias necesidades de la abundante población. Considerar que de forma instintiva todo se habrá de solucionar por sí mismo, es afrontar futuros problemas de forma ciega, y en la sociedad a la que aspiramos es apostar a fórmulas milagrosas, a que la maldad será suprimida en forma absoluta (como si lo absoluto fuera posible) y demás utopías.
Debemos afrontar los problemas presentes y futuros con mucha inteligencia, y eso solo será posible mediante el estudio. La revolución social comienza en los libros.
Tenemos a disposición medios de información con los que nuestros antepasados no habrían soñado nunca. La cultura, la información, está al alcance de la mano. Sepamos aprovechar estas circunstancias. Sepamos elevar la consciencia de las personas, analicemos, cuestionemos, difundamos, porque solo de esa forma el movimiento que deseamos y la sociedad a la que aspiramos serán posibles.
Apelar a la renuncia de la cultura, renunciar a la lectura, al estudio, no puede hacerse más que en base a la ignorancia que, quizá sin saberlo, sirve así a los propósitos e intereses del Estado, el capital y el clero, remachando tristemente la enorme cadena de esclavitud que ya pesa sobre las clases trabajadoras.
Para asaltar el poder y destruirlo, es preciso primero proceder al asalto a la cultura, haciendo de ella un arma poderosa que alumbrará el camino a seguir en la revolución.
Erick Benítez Martínez. Septiembre del 2023
“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”
José Llunas
José Llunas