Contra el enemigo común -Erick Benítez Martínez-

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Erick Benítez Martínez
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Contra el enemigo común -Erick Benítez Martínez-

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La definición de lucha de clases es un asunto más difícil de aclarar de lo que pudiera parecer a la primera impresión.
Entre las fuerzas en pugna se encuentran, por un lado, el capitalismo y el Estado, con sus múltiples y variadas formas e instituciones y personas dependientes de las mismas, y por el otro las clases obreras también con sus múltiples y variadas formas.
Mientras las fuerzas de la opresión, Estado y capital, actúan comúnmente de forma coordinada (aún dentro de sus diferencias y luchas internas) para defender sus privilegios, las clases obreras actúan muchas de las veces de las formas más variadas.
Tenemos por un lado a quienes siendo de las clases obreras no prestan ninguna atención a la explotación de la que son objeto. Otros buscan elevar al gobierno a personas que consideran honestas. Algunos más buscan la revolución para llevar al gobierno a gente de su partido y “mejorar las cosas”, dicen. Hay una tercera definición, que son quienes buscan suprimir toda forma de gobierno, Estado y capitalismo.
Dentro de este espectro de las clases obreras se entiende que hay un enemigo (excepto por quienes no se interesan por la situación en que viven) que está generando una explotación de la que son víctimas, además de otras consecuencias como las ambientales, de seguridad en los barrios, etc. Puesto que el enemigo se defiende en bloque, entienden, de este lado de la barricada también debería hacerse un bloque.
La cosa se presenta complicada cuando investigamos esos bloques. El del capitalismo y el Estado tienen como único objetivo la mayor de las ganancias; el de las clases obreras presenta mayores complicaciones porque algunos quieren solo un buen amo, otros unas mejores leyes, otros un gobierno revolucionario y otros lo que se llama LIQUIDACIÓN SOCIAL, o por ser más claros, abolición total del Estado, el capital y sus instituciones. Las diferencias ideológicas y aspiraciones de cada grupo complican el escenario.
Las diferencias, dicen algunos, deben ceder el paso a las coincidencias. Veamos en qué se coincide: independientemente del ramo laboral es claro que las clases obreras sufren la explotación del capitalismo, primera coincidencia; todas las partes interesadas tienen propuestas diferentes (diferencias), pero coinciden en que se debe poner fin a tal explotación y demás consecuencias que sufrimos, segunda coincidencia; para poner fin a tal estado de cosas se precisa una coordinación de fuerzas que coincidan en terminar con tal situación, tercera coincidencia; para terminar con esta situación es preciso suprimir el Estado actual (¡Ojo!) y al capitalismo, cuarta coincidencia.
Hasta aquí la cosa no presenta mayor problema. Existen diferencias, pero también coincidencias. Se ponen de esta manera todas las coincidencias por delante y se aparcan las diferencias. Lo importante es derrotar al enemigo en común, dicen, y luego “ya veremos”.
Dentro del espectro de aspiraciones en las clases obreras podemos encontrar de todo: zapatistas, marxistas, anarquistas, liberales, políticos (hasta las llamadas planillas ciudadanas), católicos, ateos y hasta simpatizantes de regímenes militaristas pensando absurdamente que algo así podría remediar algo.
Sorprendentemente las clases obreras siguen contaminadas de estatismo y en muchas capas de los movimientos sociales encontramos este estatismo bajo distintos nombres y con características diferentes, pero sin embargo coincidentes en un aspecto fundamental: el Estado como institución necesaria e inevitable.
Solo hay uno entre los mencionados dos renglones arriba cuya filosofía y propuesta social no admite al Estado ni al capitalismo en ninguna de sus formas. Son los anarquistas.
Todos los demás coinciden: autogobierno, dictadura del proletariado, república democrática, democracia participativa (orgánica o inorgánica), gobierno católico (tómese en cuenta al Vaticano) o gobierno laico, dictadura militar, etc. Todos ellos son formas de gobiernos, de Estados, pero con características distintas.
Aunque difieren desde luego en sus formas un gobierno estilo Vaticano con uno laico, o el autogobierno con una dictadura militar, lo cierto es que en distintas medidas, represivo o liberal, participativo o impositivo, autoimpuesto o elegido vía electoral, todos ellos tienen como núcleo principal, como eje único al gobierno y al Estado. Ninguno de ellos pretende la supresión del gobierno de unos sobre otros, del capitalismo de unos cuantos sobre los demás, solo se trata de ver la forma que esta dominación adopta.
El anarquismo, por su cuenta, no cuestiona solamente el nombre o las características de esos gobiernos y Estados, sino la misma institución del gobierno y del Estado. La cuestiona, porque el nombre y la característica de los gobiernos y Estados, pese a sus diferencias, no suprime la cuestión principal: en todos ellos, aún en los más liberales y participativos, son las clases obreras las que continúan trabajando para mantener en el lujo y el ocio a un grupo de explotadores. Que esta explotación se haga por juntas de gobierno o por dictadura militar da exactamente lo mismo. El hambre y las necesidades no cambian su forma por el hecho de ser impuestas o libremente elegidas en una junta de gobierno.
Para el anarquismo, como filosofía social, no solamente importa mucho la finalidad de la lucha, sino que podríamos decir que es la cuestión principal a tomar en cuenta. Veamos.
Los partidarios de la lucha contra el “enemigo común” se pueden entender perfectamente cuando derroten al Estado y capitalismo actual. Puesto que todos desean un gobierno es posible llegar a acuerdos. Un gobierno puede ser laico, pero respetando las creencias católicas; autogobierno, pero permitiendo (como se hace actualmente) en su interior la propiedad privada y el trabajo asalariado; dictadura del proletariado, donde sin embargo tenga injerencia el capital privado (URSS).
No son pocos los casos en la historia donde elementos de ideas contrarias se suman a gobiernos que no son de su agrado. Madero reclutó a varios de los Científicos de Díaz; los bolcheviques rehabilitaron a muchos exgenerales zaristas; la dictadura de Primo de Rivera tuvo en sus filas a los socialistas de la UGT. Y como estos podemos dar infinidad de casos donde pese a sus diferencias, al tener como ejes principales al gobierno y al Estado, las diferencias ideológicas son superables.
Para los anarquistas la cosa es muy distinta. Pongamos el caso de que los anarquistas hicieran caso a esa farsa de que “importa vencer al enemigo común” y que la lucha triunfara.
Zapatistas, marxistas, liberales, demócratas, católicos y militaristas se aprestarían a elecciones para elegir la forma de gobierno que habrán de darse, o en todo caso se impondría una forma de gobierno por un golpe de mano de parte de uno de ellos.
Los anarquistas se verían en la situación de que sea lo que sea que suceda existirá un gobierno, elegido en las urnas o impuesto por las armas, pero existiría. Ellos y ellas, que no son partidarios de ninguna forma de gobierno ni Estado, habrán sido solamente utilizados para encumbrar nuevos gobernantes y se quedarán con las manos vacías, porque ¡Ay amigos!, ningún gobierno existe sin imponerse por medio de las armas.
Metidos en tal dilema los anarquistas no solamente habrán prestado su concurso para erigir nuevos gobernantes, sino que además tendrán que comenzar de nuevo a organizar una nueva revolución, ahora contra los gobernantes que ellos mismos habrán ayudado a levantar con su participación en la farsa de la lucha contra “el enemigo común”.
Algunos dirán “tienes razón, pero la revolución y ese panorama que vislumbras no está cercano. No adelantemos hechos que aun no suceden”. La cosa no carece de sentido pero, si sabemos cual es la finalidad de esos movimientos “contra el enemigo común” ¿para qué perder el tiempo uniendo fuerzas en una entente que sabemos destinada al fracaso, al menos para los objetivos anarquistas?
No significa esto que no se deba apoyar en determinados casos de represión, pero esos casos deben ser los mínimos y no meternos en alianzas que ni nos van ni nos vienen a nosotros, enemigos recalcitrantes de toda forma de gobierno y Estado.
Veamos por nuestro movimiento, hagamos propaganda de nuestras ideas en lugar de las ideas ajenas, formemos nuestras propias fuerzas y si un día nos vemos orillados a formar una unión será en igualdad de condiciones y no como subordinados a lo que digan los dirigentes de otras fuerzas sociales que para nada representan nuestras aspiraciones como anarquistas.
Es comprensible que ante panorama en el que se ve a los anarquistas solos la cosa se vea más difícil aún. ¿Pero quién dijo que las cosas fueran sencillas? Lo que se propone el anarquismo es ni más ni menos que la supresión de toda forma de dominación. Y eso, queridos compañeros y compañeras, no es una cosa sencilla.
Tenemos al pueblo, en quien debemos influir (de ahí la importancia de la propaganda y la militancia) para que no se deje engañar por quienes tras la máscara de la libertad pretenden ponerle otro grillete gubernamental.
Nosotros, enemigos de toda forma de gobierno y Estado, nada tenemos en afinidad con ese argumento del “enemigo común”. El gobierno, el Estado, son nuestros enemigos, sin importar cómo se llamen o la forma que quieran adoptar.
Reconocemos en el gobierno y el Estado al enemigo, pero alcanzamos a ver ese enemigo escondido, camuflado, pecho tierra, en las ideologías que apuestan por un gobierno revolucionario o elegido asambleariamente.
No nos proponemos maquillar la tiranía del gobierno y del Estado, sino aniquilarlo en todas sus formas.

¡Viva la anarquía!

Erick Benítez Martínez. Junio del 2022


“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”

José Llunas
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