Autopsia de un policía

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Erick Benítez Martínez
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Autopsia de un policía

Mensaje: # 138Mensaje Erick Benítez Martínez »

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Están en todos lados. En cada esquina, en cada comercio, tanto en las manifestaciones sociales como en problemas vecinales.
La policía es el cuerpo de “seguridad” empleado de forma común por todos los Estados en el mundo. Lo que se escribe a continuación no se refiere a la policía de América, Europa o Asia. Es la autopsia de un policía de cualquier parte del mundo.
Sacados de los barrios populares, jóvenes en su enorme mayoría, pasan a servir a la clase dominante en el momento de ser aceptados en el cuerpo policial.
No se les adiestra en el respeto a los derechos humanos sino en grados mínimos, apenas los necesarios para pasar algunos protocolos de Derechos Humanos.
Pero en general su adiestramiento está dirigido a realizar detenciones, inmovilizaciones de civiles, resguardo de propiedades de las que comúnmente carecen los pobres, y entre su adiestramiento se encuentra la capacitación para manejo de armas de fuego, lesiones a posibles detenidos, interrogatorios tanto psicológicos como físicos, estos últimos incluyendo métodos para forzar a los detenidos a confesar.
Su adiestramiento consistirá en una serie de lavado cerebral para hacerle sentir por un lado un ser superior al civil, y por otro lado una cosa amorfa carente de pensamiento propio y sentimientos humanos. Deberá obedecer cualquier orden que le sea dada, aún si esta es una orden injusta o inmoral.
Él no tiene criterio ni sentimiento alguno. Él solo debe obedecer.
Las leyes no deben ser interpretadas en base a la justicia. Él no está para cuestionar la ley, sino para hacerla cumplir, sin importar si esas leyes son degradantes o injustas, como abundan en todas las constituciones de todos los países.
La ley, de las cuales una fórmula es el absurdo: “desconocer la ley no te exime de cumplirla” debe ser aplicada a rajatabla. ¿Se puede cumplir algo que se desconoce? ¿se le puede pedir a un infante que no sabe escribir que escriba un libro? Semejante absurdo haría reír a un mármol, pero el policía no debe cuestionar la ley, por muy absurda que sea, sino aplicarla.
Despojado de todo criterio propio, el policía no es más que un robot carente de pensamiento, voluntad o criterio. Su lema es el de todos los fascistas del mundo “el fin justifica los medios”, y su fin es aplicar la ley. Los métodos que utilice, por muy injustos que sean, son útiles. Ello nos demuestra a la vez que la ley burguesa es ajena a la justicia. Pero el policía no entiende nada de esto.
Se les hace creer que su actuación es ética, benéfica para su “nación” y útil a la sociedad. Se les otorga un uniforme y se les lanza a las calles revestidos de una autoridad sobre la población civil justificada por una placa; autoridad que les otorga la capacidad de detener, interrogar y en caso “necesario” hasta golpear a los detenidos.
La “necesidad” de ejercer la fuerza se desdibuja a grados infinitos para ellos.
La autoridad de la que se sienten ejecutores les hará mirar inmediatamente por encima del hombro al civil. No pertenecen ya a la sociedad común. En su pensamiento, deformado por la autoridad mínima que le ha sido otorgada (la autoridad superior la tienen sus superiores) se siente un ente superior al civil.
Sus amigos, sus vecinos, su propia familia, es inferior en su mentalidad.
Su autoridad otorgada en el cuerpo policial la ejercerá no solamente contra los delincuentes, sino incluso con su propia familia.
No es extraño en ningún país observar que un elemento policial golpee a su vecino, a su pareja, a sus hijos, y que se sienta protegido por las leyes que dice defender.
No es siquiera el presidente del país, no es un general, no es siquiera el jefe del cuerpo de policía (1), pero se siente invulnerable.
Durante sus actividades cotidianas de policía se pasea por las calles sintiéndose parte de una organización de justicia al estilo de los comics de súper héroes.
Su adiestramiento incluye un lenguaje propio: llenos de códigos ridículos que los hacen sentirse parte de algo especial. Modos educados para cuando tienen que hablar de cosas superficiales, pero lengua de Mussolinni cuando se trata de imponer su autoridad.
El uniforme que porta es un distintivo del común de la sociedad.
No es más que el esbirro de los de arriba. El encargado de realizar el trabajo sucio y bajo de matón y golpeador… pero su uniforme le hará sentirse superior.
Las leyes son meros conceptos interpretativos para él o ella (2): si detiene a un político o empresario capitalista las leyes serán nulas de aplicación, o bien compradas por unos cuantos billetes. Caerá la maldición de la ley si el detenido es un trabajador. Entonces un mismo delito derivará en otros 7 para sujetar al detenido y sumirlo en la cárcel.
Para los burgueses y políticos, el policía no tendrá sino respeto, a pesar de ser de una clase económica distinta a la suya; para el trabajador y estudiante el policía no tendrá sino desprecio, a pesar de ser de su misma clase.
Para con sus superiores agachará la cabeza, obedecerá las órdenes más injustas; para con el pueblo tomará una actitud de superioridad y crueldad tanto como le sea posible.
Si se trata de un operativo de control de población, es decir, de control de una manifestación, el policía saldrá a la calle dispuesto a todo. Las ordenes de sus superiores serán cumplidas, como siempre, al pie de la letra e inclusive más.
Si la manifestación se sale de control y deriva en disturbios no dudará en aprovechar la situación para realizar todo tipo de actos horrendos: acoso a mujeres, tocamientos a las mismas, violaciones, robos, golpizas a los detenidos, disparos de armas prohibidas (balas de goma y otros) e incluso de armas de fuego. El asesinato de un manifestante a manos del policía quedará siempre impune, o como mucho y si logra ser identificado, será trasladado a otro cuerpo policial o despedido con una jugosa compensación. Así premia la ley a los asesinos del pueblo.
A ellos todo le es permitido. No en vano es el representante de la ley y, ley como tal, no puede permitirse la más mínima disidencia.
La ley es un absoluto. No dialoga, no negocia, se impone. La autoridad es el brazo armado de la ley, y puesto que el policía es la autoridad en la calle, este debe imponer su “orden” al precio que sea.
El sometimiento de los “revoltosos” es su prioridad, y ello intentará por todos los medios posibles.
Se sabe representante de las leyes, se siente superior a los civiles, aunque no sea más que el golpeador pagado; se siente un ejecutor de la ley, aunque no sea más que el esbirro de los represores.
Por ello no duda en emplear los medios más bajos para someter a los manifestantes.
Acostumbrado a no ser nada ante sus superiores, a ser odiado por la sociedad, en cuanto cae una presa en sus garras descarga sobre ella toda su capacidad de violencia, de odio y rencor que lleva dentro.
En el cuartel lo hacen sentir peor que una basura que solo debe obedecer; en las calles le insultan, le miran con desprecio, la gente les llama de las peores formas. Sabedor de sus actos repudiables, acepta esa condición penosa en su vida. Se ha vendido cual trozo de carne por unos cuantos centavos. Sus superiores no son mejores que él, son igual de sanguinarios, pero además él está por debajo de ellos y les debe obediencia.
Cuando se aparece el superior se debe cuadrar ante él en un ritual tan repugnante como absurdo.
Él no tiene dignidad ante sus superiores. Les debe obediencia y silencio sepulcral.
Tratado peor que los perros de adiestramiento, encuartelado por desobedecer cualquier cosa, vestido de una forma ridícula y visto con desprecio por sus semejantes, su vida se convierte en un rencor perpetuo que se desata a la hora de obtener una presa.
Si se trata de un interrogatorio a algún detenido pronto pasará de las preguntas a la tortura.
Poco le importa si el detenido es inocente o culpable, incluso si este ha caído en la absurda obligación de haber faltado a una ley que desconocía. El detenido debe confesar, aún cuando sea inocente, porque la imagen del gobierno es importante y deben aparentar que se hace justicia aún cuando el hecho mismo de jamás desaparecer el delito sea una prueba irrefutable de lo absurdo de sus leyes.
Algún día el policía cae muerto en funciones. El gobierno le habrá hecho su defensor hasta la muerte, y sobre él dirán que murió en el cumplimiento de su deber. Habrá muerto, mejor es decirlo, defendiendo los intereses de la clase explotadora.
Todo esto nos genera una conclusión muy clara: ser policía es venderse a los verdugos del pueblo. Es carecer de dignidad y sentido crítico. Es ser un psicópata incapaz de sentir el menor respeto por sus semejantes. Es ser un ente que desfoga toda su frustración sobre sus presas del momento.
El respeto y la justicia le son ajenos, y el desprecio de la sociedad es la justa recompensa a sus actos.


Erick Benítez Martínez. Junio del 2020


Notas:

1.- En estos elementos también se ejerce la autoridad, pero trataremos únicamente de la policía.
2.- Porque policías mujeres también las hay, y con idénticas conductas.


“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”

José Llunas
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