La conquista de la felicidad (1906). - Albert Libertad

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Erick Benítez Martínez
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La conquista de la felicidad (1906). - Albert Libertad

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Albert Libertad, À la Conquête du Bonheur (1906).

"Todos los hombres, en cualquier rincón de la tierra que hayan nacido, en cualquier temperatura, con cualquier religión que hayan sido marcados cuando llegaron, todos los hombres corren tras la felicidad, quieren conquistar la felicidad por todos los poros.

Para ello, toman caminos muy diferentes, senderos, pero todos tienden hacia la misma meta, hacia el mismo punto y, a menudo, después de haber vagado lejos unos de otros, terminan con las manos y las mentes estiradas por los mismos deseos. A la conquista de la felicidad.

Es con esto en mente que los padres y las madres nos preparan, nos fortalecen, desde una edad temprana. ¡Qué medios, qué métodos, qué sistemas! Y la felicidad huye de los hombres, siempre esquiva, siempre fugaz. Creemos que lo tenemos y es sólo una sombra que abrazamos.

Fue en la conquista de la felicidad que el misionero cruzó los mares para encontrar el martirio con el fin de ganar más seguramente una parte del paraíso, una parte de la felicidad. Los caminos son opuestos, pero la chica casta, que macera su carne en la estrecha litera de la celda, quiere conquistar la felicidad de la misma manera que la chica lujuriosa en constante búsqueda de abrazos eróticos, que nunca la satisfacen.

El plácido tendero que suelta la misma mercancía con los mismos gestos y las mismas palabras de toda la vida, y el anarquista soñador al que se mira como un loco, no son menos en la búsqueda de la felicidad, aunque de manera muy diferente. Digámoslo rápidamente, ninguno de ellos la alcanza, o mejor dicho, ninguno de ellos alcanza la felicidad en la forma etérea que los hombres se han complacido en darle.

El peso de las concepciones religiosas y míticas de siglos anteriores sigue sobre nuestros hombros. Vemos la felicidad como un estado dichoso de completa beatitud, en el que navegaremos sin ninguna preocupación, sin ningún trabajo, sin ningún esfuerzo en el seno de Dios, en su pura contemplación. Esperar el paraíso, construir la isla de la utopía, ¿no son la misma tarea? La vida es una lucha constante, un trabajo, un movimiento perpetuo. La vida es felicidad. Disminuir la intensidad de la vida es disminuir la intensidad de la felicidad...

Es una falsa concepción de la felicidad que impide que la gente pueda alcanzarla. Les gusta colocarlo donde no está. La decepción, por muy cruel que sea, no impide que vuelvan a cometer los mismos errores y las mismas tonterías. La felicidad radica en la más plena satisfacción de nuestros sentidos, en el más pleno uso de nuestros organismos, en el más pleno desarrollo de nuestra individualidad. La buscamos en la dicha celestial, en el descanso del retiro, en la dulce quietud de la fortuna. La felicidad que tanto buscamos, la jugamos con las palabras cada día. Lo perdemos en nombre del honor de la patria, del honor del nombre, del honor del matrimonio. Por una palabra, un gesto, tomamos un fusil, una espada o un revólver y vamos a estirar el pecho hacia otro fusil, otra espada, otro revólver, por la patria, la reputación, la fidelidad eterna.

Buscamos la felicidad, y basta la risa de una mujer (o de un hombre, según el sexo) para alejarla de nosotros durante mucho tiempo. Apoyamos nuestra felicidad en las arenas movedizas, en las tierras deleznables, a lo largo de los océanos, y gritamos cuando es arrastrada por el retorno de la ola o la movilidad del suelo. Construimos casas de naipes que el menor aliento puede destruir y luego decimos: "La felicidad no es de esta tierra".

No, la felicidad tal y como se nos ha mostrado, tal y como siglos de servidumbre del cuerpo y la mente nos han hecho percibir, no existe. Pero existe: es la que se compone de la más amplia satisfacción de nuestros sentidos en todos los momentos de nuestra vida. Construyamos la ciudad de la felicidad, pero tengamos claro que sólo es posible hacerlo cuando el lugar esté limpio de todos los errores, de todos los prejuicios, de todas las otras ciudades espirituales y morales que se han construido en su nombre. Dejemos en la puerta toda nuestra educación, todas nuestras ideas actuales sobre las cosas. Abandonemos a Dios y su inmensidad, el alma y su inmortalidad, la patria y su honor, la familia y su reputación, el amor y su eterna fidelidad.

Durante mucho tiempo nos hicieron creer en un paraíso después de nuestra muerte, los gobernantes quieren que creamos en una felicidad en nuestra vejez o según nuestra fortuna, ¡que sepamos que la queremos desde ahora en cualquier circunstancia, en cualquier posición que nos coloquen! El gran problema de la felicidad no es tanto determinar el camino que lleva a ella, sino poder asegurar con qué cuerpo y qué cerebro sano podemos seguirlo. "

Albert Libertad

FUENTE: Biblioteca Anarquista

Traducido por Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2017/05/a- ... nheur.html


“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”

José Llunas
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