Una dictadura inutil o imposible

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Erick Benítez Martínez
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Una dictadura inutil o imposible

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De todas sus preocupaciones ininteligentes y retrógradas,
la que más aman los comunistas es la dictadura.
Dictadura de la industria, del comercio y del pensamiento;
dictadura en la vida social y privada; dictadura por todas partes


Pierre Joseph Proudhon (1)

Dos tipos de dictadura son las que más han alzado la cabeza en las distintas ramas del socialismo.
Ambas nos parecen innecesarias, inútiles e imposible a los anarquistas. Hablemos de ellas.
Los autoritarios del socialismo nos han dicho, una y otra vez, que es necesaria una dictadura como proceso intermediario entre la revolución social y la abolición de toda dominación.
La cosa no es nueva: viene desde los Jacobinos en la revolución francesa que pretendían imprimir el terror hacia toda oposición al gobierno.
De estas fechas en Francia se traslada luego a los marxistas en el siglo XIX.
Karl Marx habló de esta dictadura, y si bien es verdad que el empleo excesivo del término se debe a sus continuadores, lo cierto es que Marx no deseaba nada distinto de lo que se dijo después de él. Marx encarnaba la dictadura del pensamiento.
Huelga hablar de la forma autoritaria y dictatorial con que acostumbraba manejarse Marx durante toda su vida. Nadie que pensara distinto de él se escapó de sus insultos, calumnias y mentiras que lanzaba al por mayor.
No es que combatiera lealmente las ideas de sus contemporáneos, era realmente la manía de imponer sus ideas no por la demostración, sino por la fuerza de la agresión verbal.
Anarquistas, socialistas, demócratas, republicanos, mexicanos, rusos, balcánicos, griegos, franceses, indígenas, todos sus contemporáneos y hasta su yerno y madre fueron insultados de maneras que harían sonrojar a un mármol.
Dentro del Consejo General de Londres pretendió primero apoderarse totalmente del organismo y luego hecho esto imponerlo a toda la AIT; al ver fracasadas sus intensiones y antes de que la AIT cayera bajo la influencia de Bakunin, prefirió intentar asesinar a la organización mandándola a Estados Unidos.
La idea de dictadura fue posteriormente recogida por sus seguidores de manera fiel (¡tenían buen maestro!) y durante la revolución rusa Lenin, Trotzky, Stalin y compañía la impusieron sobre la sangre y huesos del pueblo ruso, al que sangraban a gusto por oponer resistencia a su gobierno.
Es falso el discurso de pretender desvincular a Marx de lo sucedido en Rusia: Marx mismo habló de la llamada dictadura del proletariado, y en sus actos en vida se mostró como un dictador.
No podemos jugar a ser visionarios, pero es lógico que una personalidad como la de Marx, de poseer el poder que tuvieron los bolcheviques, hubiera actuado de manera muy similar (2).
En España estos dictadores también derramaron su cuota de sangre intentando imponer su dictadura.
Desde tiempos de Marx y hasta la fecha la idea de dictadura se encuentra metida en el tuétano de los marxistas, tanto la dictadura del pensamiento como la que proponen como forma de gobierno y es notable la manera en la que atacan a todas aquellas personas que se les ocurra no estar de acuerdo con ellos, pensar distinto o cuestionar siquiera un poco sus ideas.
Los tiempos cambian, las ideas dictatoriales se mantienen.
¿Quieres conocer en realidad a tu amigo marxista? Dile que te opones a todo gobierno, que Marx no era original, que el marxismo ha fracasado, y no tendrás un debate franco y leal, sino la intolerancia como norma.

El concepto de dictadura como tal carece de toda lógica en un proceso revolucionario. Veamos.
Ante la perspectiva de una dictadura supuestamente revolucionaria solamente dos caminos se aprecian posibles.

La revolución no ha vencido y para aplastar al enemigo se precisa, nos dicen, una dictadura que ponga a raya a la burguesía.
A fin de combatir una dictadura, pues, se precisa implantar otra dictadura ¡Brillante!
Es la eterna vuelta de tortilla en la que se quita un gobierno para poner otro, una dictadura es sustituida por otra, una tiranía se cambia por otra; en lugar de quebrar el privilegio y destrozar al enemigo, solamente se le cambia el rostro.
Pero aparte de este lado cómico de nuestros marxistas, es evidente que si la revolución no ha triunfado es porque la burguesía resiste, porque la lucha no se ha definido, y entonces la dictadura no es posible instalarla.
La burguesía aún tiene poder suficiente como para resistir, y en estas condiciones, con una burguesía fuerte, una dictadura ajena a la suya no es posible. Es dictadura precisamente porque no admite nada que la pueda poner en duda. El absolutismo es su columna vertebral, y de ninguna manera permitirá un poder que le pueda discutir su dominio.
¿Es entonces posible instaurar una dictadura en un sitio donde ya existe la dictadura de la burguesía?
Desde luego que no, y si la burguesía no ha sido derrotada es lógico que su dominio aun persiste y que de ninguna manera podría la llamada dictadura del proletariado instaurarse.
El absurdo nos sale a cada paso que damos en este sentido.

Ahora bien, la burguesía ha sido derrotada, sus fuerzas son menores a las de la revolución y se encuentra en plena huida. Sus últimos reductos de resistencia están asediados y van a ser vencidos. Los rebeldes revolucionarios han triunfado sobre la burguesía y, entonces, destruida la dictadura de la burguesía cabe preguntar: con un enemigo derrotado, con las fuerzas revolucionarias triunfantes y dando los últimos culatazos a las fuerzas de la burguesía. Triunfante la revolución y aniquilado el enemigo ¿para qué instaurar una dictadura contra un enemigo derrotado y que ya no existe?
Realizar la locura de instaurar una dictadura en este momento de triunfo no puede significar otra cosa más que el suicidio de la revolución.
No soy yo quien lo dice. En toda la historia humana en donde se ha constituido un nuevo gobierno, una nueva forma de dominación, la revolución ha muerto y las fuerzas revolucionarias surgen nuevamente porque su objetivo no ha sido cumplido.
Dialécticamente la formación de un nuevo dominio engendra a su vez nuevos revolucionarios, precisamente porque un polo persiste (el Estado, la dictadura) su parte contraria (la revolución) se genera de forma inmediata.
De ahí el motivo que cuando estalla una revolución y se da un nuevo gobierno o se instaura una dictadura, inmediatamente deban proceder al exterminio de los que siempre, eternamente, no se contentan con los nuevos privilegiados y se alzan en armas. Y desde luego que no me refiero a rebeldes de la burguesía, sino del propio pueblo. Ejemplos en la historia sobran, y sería hacer más largo este escrito si nos detuviéramos a demostrar algo evidente.
La forma de mantener en pie el nuevo dominio son siempre las carnicerías y la persecución implacable contra los disidentes.
No tardan estos en hacerse fuertes de nuevo, y de los perseguidos o de sus hijos, o de la generación siguiente, se alza nuevamente la revolución, porque sus objetivos no han sido cumplidos al instaurar un nuevo gobierno, una nueva dictadura.
En los tiempos que corren es esta una verdad que apenas nadie que haya estudiado la historia podría intentar siquiera refutar.
La dialéctica nuevamente se genera cuando al instaurar una nueva dictadura se hace en nombre del proletariado: es el proletariado nuevamente el burlado, pero esta vez en su propio nombre. Se alza un nuevo gobierno, y el proletariado sigue siendo proletariado, valga decir, esclavo. La formación de nuevos amos engendra a su vez la reafirmación de esclavos de los trabajadores.
Instaurar una dictadura, pues, cuando se derrota un Estado, es ridículo, absurdo, innecesario, y su formación se debe únicamente a que quienes se alzaron en armas y se dieron un nuevo dominio no son revolucionarios, sino reformistas, estatistas, y sus actos deben ser detestados por ir contra un proceso realmente revolucionario con un objetivo preciso: la destrucción implacable de toda forma de dominación, de manera que se reviente la dialéctica al no constituir un nuevo dominio, por lo que destrozado el polo de la dominación la gente es libre, sin amos y sin esclavos, sin jefes y súbditos, sin gobernantes ni gobernados.
La instauración de una dictadura en una revolución victoriosa es absurda, y si se realiza es solamente porque se pretende matar la revolución en el preciso momento de su triunfo: es un acto contrarrevolucionario.
La dictadura, pues, cuando se instaura habiendo sido vencido el enemigo, no se dirige contra el enemigo que ya ha sido derrotado, sino sobre todo el pueblo, formando un nuevo absolutismo en el gobierno triunfante y aplastando toda voz que se quiera alzar, aunque sea para reclamar, como clase vencedora, mejoras en las formas de vida.
Entonces la dictadura se coloca por encima de la clase vencedora. Un pequeño núcleo de gente se erige en dictadora, cuando no una sola persona, y el pueblo es nuevamente aplastado y sometido a un gobierno.

Resumiendo, la dictadura en una revolución es inútil cuando el enemigo ha sido vencido y se ejercerá, de ponerse en marcha, sobre la propia revolución; imposible si el enemigo no ha sido derrotado. Su sola propuesta es absurda y se esconde tras ella la aspiración a una dictadura que debe evitarse a toda costa.
La única opción posible ante un proceso revolucionario es reventar el trono estatal, abriendo de esta manera el camino a la libertad y la justicia basadas en el profundo accionar antiestatal, enemigos de toda forma de dominación.
En el terreno de las ideas, como hizo Marx en vida, la dictadura del pensamiento es absurda: cuando las ideas son verdaderas se abren camino por sí mismas sin necesidad de imponerlas.
La imposición, la dictadura de las ideas, no solamente conduce a una actuación contraria a las ideas de libertad y justicia, sino que además, habiendo sido impuestas por la fuerza, se muestran como contrarias a la lógica que se impone por sí misma, y por ello son falsas.
En tiempos de la inquisición, en que todo pensamiento distinto a la religión era perseguido, algunos valerosos pensamientos fueron lanzados al conocimiento y pese a la hoguera y la espada jamás pudieron ser detenidos y se abrieron paso en medio de un rio de sangre y cadáveres.
Así es como en el terreno ideológico se conduce una idea verdadera.
No se imponen, las ideas verdaderas se abren paso por sí mismas: la dictadura del pensamiento es un absurdo.

La idea de dictadura, ideológica o política, no es más que una herencia de la burguesía, y quienes deseen cambiar la Cuestión social deben renunciar a todo camino que se acerque a tales métodos.


Erick Benítez Martínez. Mayo del 2021.

Notas:

1.- P. J. Proudhon. Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria, página 262, volumen II. Ediciones Jucar. España, 1974.
2.- Véase cómo en julio de 1870 Marx escribe a Engels aplaudiendo la invasión prusiana a Francia. Se trataba de una invasión ni más ni menos que monárquica, y Marx pensaba que la victoria prusiana derivaría en una centralización estatal que daría por resultado la centralización de la clase obrera alemana. Centralización y apoyo a una invasión monárquica, ni más ni menos esto era lo que apoyaba Marx.
Cierto que también indica que preferiría que se mataran prusianos y franceses, para que después los alemanes (¿los obreros o el gobierno alemán? Marx no lo aclara) se hicieran con la victoria, pero hay qué hacer notar que entre prusianos y franceses se trataba de monárquicos alemanes y proletariado francés.
Así, pues, no es nada aventurado pensar que Marx hubiese apoyado la dictadura en la revolución rusa e incluso la era staliniana. Si era capaz de aplaudir una invasión monárquica ¿por qué no habría de apoyar una dictadura barnizada de proletaria?


“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”

José Llunas
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