El derecho a disentir -Erick Benítez Martínez-

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Erick Benítez Martínez
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El derecho a disentir -Erick Benítez Martínez-

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“La verdad y la justicia impuestas de forma coercitiva
conducen forzosamente a la falsedad y la iniquidad”

MIjail Bakunin (1)

Las ideas, pensamientos estructurados que dominan nuestros actos políticos y cotidianos, no se forman en un cerebro iluminado por arte de magia.
Se forman a partir del aprendizaje de pensamientos anteriores, de los cuales el pensador saca sus propias conclusiones, siempre resumen de todo lo aprendido y, por lo mismo, sujeto a error de interpretación y de conclusión.
De esta manera un pensamiento, una idea, para ser real y justa, precisa de dos cosas esenciales.

-La primera manifestación de la idea requiere de una infinidad de discusiones y estudios para llegar a conclusiones más profundas. Estas discusiones y debates, así como los estudios realizados en base a esa idea, no son otra cosa que la escultura de la idea. Ésta llega en forma bruta, llena de errores y de partes carentes de existencia.
La crítica, discusiones, debates y estudios son cincelazos que van dando forma a la idea, hasta que esta se va puliendo, eliminando impurezas, otras partes bofas se eliminan por innecesarias, y ahí donde hay carencia de parte estas son llenadas.
De esta manera encontramos infinidad de cosas que han avanzado y evolucionado a grados superiores, cosa además que constituye el centro neuronal de la ciencia.
El teléfono, por ejemplo, comenzó siendo muy rudimentario, feo en diseño y básico en funciones.
Del primer modelo presentado se fueron haciendo críticas. Lo que no servía fue eliminado, y lo que necesitaba fue satisfecho. De esta manera tenemos que el primer modelo de teléfono, enorme, con cables y con un feo diseño, ha dado paso a los teléfonos celulares y luego a las video llamadas.
Si alguien se hubiera atrevido a decir que el primer modelo era perfecto y pretendiera además que nadie le criticara ni mejorara, habría cometido el error terrible de convertir algo bueno en malo. Bueno en tanto que permitió la comunicación, malo en tanto que al impedir toda crítica impidió toda mejora.

-La crítica constante es, pues, no solamente necesaria en toda formulación de ideas, sino que además es imposible de detener so pena de no formular una idea progresista, sino un dogma alzado a la calidad de religión.

Estos cincelazos, pues, son necesarios en la formación de la idea.
En el ejemplo del teléfono hemos dado una prueba de esta necesidad, y ahora lo daremos en cuanto a las ideas revolucionarias.
El socialismo, digamos originario, dio lugar a múltiples interpretaciones del mismo. De ahí salieron el socialismo parlamentario, el marxismo y el anarquismo.
El socialismo nació como una protesta contra la explotación de los trabajadores y contra la autoridad del Estado. Esto es algo que debe tenerse en cuenta para las definiciones que se darán a continuación.
El socialismo parlamentario tiene un objetivo muy bien definido: tomar el poder político mediante una mayoría parlamentaria para impulsar leyes que llevarán hacia el socialismo.
Para ello tienen métodos y programas fijos.
El marxismo cree que el poder político, el Estado, puede ser conquistado por la vía parlamentaria, o bien por un golpe de Estado o por una revolución.
Ello no quita que también tengan un programa fijo e irrenunciable: conquista del poder político, dictadura revolucionaria y en algunas décadas, la llegada del comunismo (!).
A diferencia del socialismo parlamentario y del marxismo, el anarquismo no desea conquistar el Estado sino su destrucción. No tiene un programa fijo, y ello no por falta de capacidad, sino porque entiende que la formulación de un programa único significaría la muerte del dinamismo de sus ideas, y por ello prefiere dejar sus ideas abiertas a toda modificación, siempre que esto no signifique revivir al Estado, que alguien pueda explotar el trabajo de los demás o métodos autoritarios que impondrían una verdad única.
Vemos, pues, que mientras el socialismo parlamentario y el marxismo han creído tener una verdad única y concepciones definidas conforme lo creyeron en un inicio, se han cerrado a toda discusión. Así tenemos que los gobiernos llamados “socialistas” y “comunistas”, unos y otros han renunciado a los principios ideológicos que dieron origen al socialismo: la protesta contra la explotación de los trabajadores y la autoridad del Estado. Han dado origen a gobiernos que explotan miserablemente a los trabajadores y que dan al Estado una autoridad aún mayor a la que decían combatir.
El anarquismo y su constante vigilancia sobre sus ideas le ha llevado a ser la única rama del socialismo que se mantiene fiel a los principios del socialismo, y hoy como ayer, denuncia la explotación del capitalismo privado y del capitalismo estatal; detesta la autoridad del Estado demócrata o fascista, tanto como la autoridad del Estado “socialista” o “comunista”.
Los otros se han estancado por pretender tener una idea única y fija; el anarquismo se mantiene fresco y lozano a base de la discusión perpetua de las ideas en su interior.
De esta manera vemos discusiones entre anarquistas colectivistas y comunistas, individualistas y partidarios de la organización, partidarios de una tecnología respetuosa todo lo posible con la naturaleza y partidarios de eliminar todo progreso humano.
Cada quien tiene sus ideas y fundamentos, y podrán estar bien o mal en distintas concepciones, pero estas discusiones van puliendo la idea constantemente, y de ella salen muchas veces propuestas intermedias que no hacen sino mejorar la idea: a la creencia del comunismo libertario como fórmula única de organización económica, se levantan siempre los partidarios de no tomar un sistema económico como único, sino una multiplicidad de sistemas siempre y cuando no revivan al Estado ni permitan la explotación del trabajo de todos por unos cuantos.
De esta manera, mediante la crítica constante, algunos aspectos de la idea anarquista se purifican, otras se desechan por quedar anticuadas a los tiempos actuales, y otras partes (sobre todo la negación total del Estado, la autoridad y el capital) se reafirman.
Pero grave error se cometería si se pensara que una idea, la que sea, jamás deba ser criticada, o que esta contiene ya en sí la verdad absoluta en su interior. Aun cuando se nos presente como la idea más justa y verdadera, hemos de estar constantemente en crítica sobre la misma, para reafirmarla en unos casos, y para negarla en otros.
Esto, que no es otra cosa que el método de los contrarios, de la dialéctica proudhoniana aplicada, nos dará siempre una idea mejorada y pulida.
Pero esto que es algo natural, lógico en el avance de las ideas, no siempre es aplicado.
Tristemente en los tiempos actuales encontramos compañeros y compañeras que piensan que sus preferencias ideológicas son lo más puro del mundo.
Consideran esa idea un algo único, que jamás debe ser ni siquiera mínimamente criticado. Todo aquel que se permita la más mínima observación es vapuleado como si hubiese atacado a la religión en el siglo XV.
Compañeros y compañeras para quienes todo pensamiento distinto es una herejía. Y no me refiero a la crítica a sindicatos pagados por el Estado que se hacen pasar por compañeros, o responder ataques directos a nuestras ideas. Porque una cosa es ser abierto y tolerante y otra soportar al enemigo camuflado.
Me refiero a quienes no admiten ni una sola palabra para pensar las ideas. Estas han de ser aceptadas apenas sean escuchadas, sin crítica, y en todos los aspectos enunciados sin excepción alguna.
Su pensamiento de cuartel les hará atacar con odio a quienes se atrevan a decir, aún con total respeto, la más mínima crítica a sus ideas.
En su pensamiento cuadrado no tiene cabida la curvatura.
Da la sensación, al leerles y escucharles, que de tener algo de poder en sus manos nos mandarían al gulag a todos los que tuviéramos un milímetro de pensamiento distinto al suyo.
Cuando la historia humana demuestra que el avance jamás se detiene; cuando la filosofía de las ideas demuestra que solo la crítica sana y fraterna puede pulir las ideas; cuando la lógica indica que jamás nada puede ser perfecto en todos los sentidos, esa gente se siente poseedora de la verdad total y absoluta, y con el derecho a crucificar públicamente a quien, aun siendo el compañero más fraterno, piense distinto.
Le dicen a la gente qué deben comer, cómo hablar, qué materiales vestir, qué pensar, con quien juntarse a trabajar, si debe ser público o no, qué decir, incluso su sexualidad, si deben o no tener hijos, y de poder, llegaría un día en que les dijeran a las personas a qué hora dormir o cortarse las uñas de los pies.
Contra esas aguas estancadas, nosotros, nosotras, hemos de defender el derecho humano a pensar distinto, a equivocarse incluso.
¿Es que somos tan cándidos para pensar que hemos alcanzado la cúspide de la inteligencia con una idea? ¿No vemos acaso que en toda la historia humana no existe nada fijo y protegido contra la crítica? ¿No hemos visto a donde conduce una verdad única? Yo se los recuerdo compañeros y compañeras: al stalinismo, al fascismo.
Que algunas de estas ideas puedan tener razón nadie lo niega. Lo que reivindicamos es el derecho de las personas a no nacer como ellos y ellas quieren, a aceptar o no sus ideas, a aceptarlas en el grado que decidan, a aceptarlas del todo o aceptarlas con un previo estudio y crítica de las mismas, a no ser vistos como enemigos y enemigas por no pensar y actuar igual.
Y desde luego que no me refiero al derecho de existir del fascismo o de las dictaduras. Tampoco me refiero a permitir el asesinato o maltrato de ninguna persona. A ellos y ellas hemos de combatirles en todos los aspectos.
Me refiero a las discusiones nada fraternas entre partidarios de la libertad y la justicia.
Me refiero a saber discutir, fraterna y amablemente, entendiendo que el enemigo está delante y no a lado de nosotros.
Se trata, me parece, de entender que nuestro papel es ante todo pedagógico, y no se puede enseñar ni difundir ideas si se piensa hacer con la espada y el puñal en la mano.
Nuestras ideas pueden ser las mejores, o al menos nosotros podemos creerlo así. Y puesto que son ideas buenas, hemos de hacer lo posible porque se conozcan y CONVENCER a las personas a adoptar nuestras ideas. Pero convencer no es vencer.
Porque si buscando cambiar las personas no dejamos que cambien por sí mismas y las obligamos mediante el ataque a cambiar, en realidad no estamos haciendo nada más que moldearlas por la fuerza a unas ideas que quizá no quieran o finjan quererlas mientras las ignoran o las odian en el fondo.
Justamente lo que el Estado y el capitalismo hacen con todo mundo.
Se les pide que dejen de ser lo que son, para que sean lo que otras personas quieran que sean.
Así nos encontramos a puñados a gente que está en las ideas medio año, unos meses, y de repente se sabe que actúan escondidos de maneras vergonzosas y contrarias a las ideas.
Una persona presionada por amistades y familiares puede adoptar unas ideas. Pero esto será muy poco tiempo. A la primera vuelta de la esquina se despojará del disfraz y adoptará su verdadero pelaje.
Una persona que llega al convencimiento de la idea mediante la reflexión, la crítica y el análisis, es una persona que, si se convence de la idea, difícilmente la dejará y será muy fácil verla morir con la idea en el pecho.
Eso es lo que debemos hacer. Influir en las personas y dejarlas que por sí mismas lleguen al convencimiento de la idea.
Toda otra forma no desemboca más que en el caudillismo, las dirigencias, las vanguardias y más posturas que huelen a stalinismo, pero que de libertad y justicia no tienen un gramo.
Y es que las ideas, precisamente porque deben estar implantadas en el cerebro humano, no se implantan por la fuerza, a martillazo limpio, porque corren el riesgo de ser rechazadas por el pensamiento humano como sucede muchas veces con trasplantes de órganos.
Las ideas deben ser implantadas mediante el convencimiento, la demostración teórica y propia en el comportamiento de quienes ostentan esas ideas.
Una idea basada en la autoridad solamente puede ser implantada mediante la fuerza.
Así vemos que los militares aceptan la disciplina de cuartel mediante el insulto y la degradación y luego, cuando tienen la más mínima posibilidad, su actitud es también la de imponer su “autoridad” a todas las personas que puede, sintiendo que él es poseedor de esa autoridad que le metieron a la fuerza.
De esta manera el patrón de la autoridad se transmite de persona en persona, y crea un vicio social que desemboca cuando el que se cree poseedor de la autoridad única tiene algo de fuerza en la imposición de su autoridad sobre el mayor número de personas posibles.
Otros ejemplos lo encontramos en el caudillismo de quienes se piensan destinados a dirigir a las masas. Todos los dictadores consideran sus ideas las mejores, y en muchos casos, convencidos de actuar por el bien de las masas, terminan masacrando a esas mismas masas.
Pero las ideas sanas, aquellas que no están contaminadas por la autoridad, pueden y deben ser impuestas por la simple naturaleza justa de las mismas.
Nadie considera como justo y sano el asesinato del prójimo, y así vemos que incluso quienes realizan estos actos lo primero que hacen es intentar huir para que nadie les detenga, cuando se dejan agarrar en el acto se trata de gente convencida de que su actuación fue justa y racional, aunque a los ojos de los demás no lo sea.
Las ideas sanas, de solidaridad, justicia, hermandad, respeto, libertad, equidad y humanidad, no necesitan jamás de la autoridad de un Estado o de sus policías para ser practicadas. Y vemos incluso que cuando estas son impuestas por la fuerza, rápidamente generan rechazo en las personas.
Los juzgados, por ejemplo, se dicen impartidores de justicia, y no sería extraño que alguien realmente crea hacer un servicio sano al estar en esas instituciones. Y sin embargo quienes acuden a los mismos tienen más miedo de ser tachados de culpables o de que no se haga justicia que de verdad obtener justicia de esos organismos.
A los ojos de todos, esas instituciones no tienen más valor que aquel que se pueda pagar. La justicia se compra con dinero, y apareciendo el dinero la justicia queda de lado: se compra la decisión que el dinero pueda pagar.
Así, nadie considera a los juzgados realmente instituciones neutrales de las que pueda emanar la justicia.
Vemos en todas las sociedades humanas cómo las leyes más severas son impotentes para detener el crimen y la injusticia. Tanto porque no está en sus planes realizar dichas aspiraciones (2), tanto porque toda legislatura estatal es impotente para ello.
Vemos, por el contrario, estas ideas justas y sanas brotar de manera espontánea en momentos de peligro social, en situaciones donde se percibe una injusticia, y en momentos de fraternidad espontanea.
Al ser ideas sanas y justas, cuyas raíces están en nuestra naturaleza humana, estas no necesitan ser impuestas por la fuerza. Basta ser conscientes de las mismas y el convencimiento de su necesidad para que la gente la adopte de forma inmediata.
De esta manera, entonces, nuestras ideas deben ser impuestas no por la fuerza, la presión, la obligación, el ataque ni el insulto, sino mediante su demostración y convencimiento de las personas mediante el ejemplo y la persuasión.
Se entiende que en muchos casos las actitudes nefastas de algunas personas traen consigo consecuencias funestas, pero por el camino de la autoridad no se logra jamás que las personas cambien de parecer, sino lo contrario: la burla, la mofa, la nula atención y el rechazo vendrán como consecuencia y aún más, como resultado lógico según demostró Newton con su Tercera ley: a cada acción le corresponde una reacción igual y en sentido contrario.
Existe una razón colectiva (3) producto de las relaciones humanas. Esta razón colectiva, desde luego, no es única y definida exactamente de la misma forma en todos los cerebros humanos.
Pero existen pensamientos colectivos que son comunes a muchas personas: una religión, costumbres, actitudes dependiendo la región donde se viva e incluso el clima, tradiciones y más cosas, son razonamientos colectivos que, si bien son interpretados de manera distinta por cada persona, son similares en cuanto a la existencia del acto se refiere.
Estos pensamientos pueden ser lo más nefastos como en el caso de la religión, pero son aceptados porque sus miembros están convencidos de la justicia y belleza de esa creencia (aunque no lo sean). No hace falta ya que nadie les queme vivos como en el pasado para que adopten las ideas.
Este pensamiento o razón colectiva demuestra la fuerza del convencimiento y de lo que en su momento Ricardo Mella llamó La coacción moral.
En el caso de las ideas progresistas, de libertad y justicia, la idea nace de la acción y retorna a la acción en un ir y venir infinito que purifica la idea.
A instancia de no hacer este tema pesado para el lector, trataré de ser lo más claro posible y sencillo a la hora de formular estas ideas.
La práctica de cualquier cosa no es siempre la misma. Pongamos por caso la encuadernación de libros.
El primer libro realizado por el encuadernador podrá ser bueno o malo, pero de esa experiencia realizada (acción) saldrán observaciones propias por el propio encuadernador (idea) para mejorar su trabajo.
La idea ha nacido de la acción, pero deberá regresar a la acción, luego salir nuevamente de la acción y retornar de nuevo a la acción, pero purificada, en una relación interminable de movimiento.
Las conclusiones sacadas por el encuadernador podrán ser de técnica o de materiales. Estas conclusiones (idea) se traducirán en un mejoramiento de su trabajo (acción), y al terminar este sacará en conclusión que aplicando tales o cuales materias primas (la idea saliendo de la acción) el próximo trabajo será mejor. Y así resulta cuando vuelve a realizar su trabajo (acción) aplicando las nuevas conclusiones (la idea regresando a la acción).
Tenemos entonces que la idea nace de la acción y vuelve a la acción, de la cual sale nuevamente para purificarse y retornar a la acción haciendo de esta siempre una acción mejor, de la cual la idea sale nuevamente para purificarse y regresará a la acción para aplicar una nueva mejora mediante la observación.
Esto se traduce en lo que indicaba al inicio del artículo: la idea solamente se mejora mediante la observación, la autocrítica fraterna y sana y la aceptación de esta misma autocrítica como forma de mejorar la idea, proceso sin el cual nuestra idea primaria no sería más que un dogma petrificado y del cual, considero, debemos alejarnos siempre.
No cometamos, pues, la torpeza de impedir el sano movimiento de la idea, los cincelazos que deben formarla y la sana y fraterna convivencia entre los partidarios de la idea, aunque esta no sea la misma en todos los cerebros.
Esa multiplicidad de entendimiento de la idea no es de ninguna forma algo malo, sino la misma idea observada desde distintos ángulos, lo cual cuando se acepta da como resultado la visión de todos los ángulos de la idea, y no uno solo.
Así, pues, compañeros y compañeras, discutamos todos y cada uno de los más mínimos rincones de nuestras ideas. Analicemos, sometamos las ideas a estadísticas, a datos, a la historia, a la filosofía, a la crítica de la economía política, al contraste de ideas contrarias. Todo lo que sirva para discutir la idea nos será útil, y de estas discusiones, la idea que ostentamos, saldrá mejorada y, lo que es mejor, quienes la acepten serán personas convencidas y no vencidas, y esas personas serán férreas defensoras de la idea, haciendo con ello más fuerte la idea.

Salud, fraternidad y debate sano y solidario.

Erick Benítez Martínez. Mayo del 2020



Notas:

1.- La anarquía según Bakunin, página 94. Tusquets editor. Barcelona, 1977.
2.- Léase a este aspecto mi artículo titulado “La inutilidad del Estado para resolver las demandas sociales” aparecido en publicaciones impresas de España y en medios digitales.
3.- Para comprender mejor lo que quiero expresar por razón colectiva consúltese mi “Propuestas proudhonianas”. Calumnia edicions, 2019.


“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”

José Llunas
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