Queremos dedicarles estas páginas a las gentes de S.C.U.M (Sociedad para el exterminio del hombre): gracias por decir tantas tonterías y por vuestro esfuerzo por evidenciar vuestras propias contradicciones. Nos habéis hecho ponernos las pilas. Si sacando el Manifiesto SCUM de Solanas de contexto pretendíais generar alguna respuesta: aquí la tenéis. Si sólo queríais pasar el rato y hacer pinitos en el mundo del espectáculo y las performances os aconsejamos que para la próxima os alejéis un poco de ciertos entornos. Para nosotras la lucha es eso, lucha, y no terminamos de entender por qué tenemos que tragar con propaganda sexista en espacios que se autodenominan liberados.ATENCIÓN: El presente texto es presentado con el consentimiento expreso de las autoras. Se ha omitido su nombre debido a los constantes ataques que han recibido y acatando así el deseo de las compañeras
Sólo encontramos dos explicaciones posibles al hecho de que nadie os haya plantado cara:
La primera es que no se os toma en serio, lo que os podría hacer plantearos para qué gastáis tanto esfuerzo y pasta en sacar fotocopias y coser vuestros estupendos parches, y a nosotras nos hace pensar en el flaco favor que nos hacéis al resto de mujeres.
La segunda es que nadie se atreve ya a plantarle cara a nada que se haga bajo el manto protector del feminismo y/o el antipatriarcado: Si un colectivo sacara textos encabezados por “Sociedad para el exterminio de las mujeres”, o de los negros, los homosexuales, etc… no duraría ni una décima de segundo sobre la mesa de ningún Centro Social.
Es a partir de estas dos reflexiones de las que surge este texto con el que pretendemos un acercamiento crítico al actual feminismo a partir de la crítica del feminismo en sí, su construcción histórica y las bases teóricas sobre las que se asienta.
Advertencias previas:
• Estamos enfadadas, y la idea de escribir este texto nace de ese enfado, pero no escribimos desde las tripas, o no sólo, y la reflexión, el debate y el estudio —entendido como esfuerzo intelectual por documentarnos— preceden, junto al cabreo y otras emociones, a su escritura.
• Sabemos que podemos herir susceptibilidades de mucha gente. Sabemos que nos proponemos demoler algunas ideas muy arraigadas en nuestro entorno. Y sabemos que al publicar esto nos ganaremos algunas etiquetas desagradables: “intelectualoides”, “mujeres-macho”, “patriarcales”… No nos importa, ya lo hemos oído otras veces y viendo desde dónde nos llegan lo consideramos casi un elogio.
• También sabemos que habrá quien agradezca estas páginas, compañeras y compañeros que anden tan perdidos e irritadas como nosotras mismas entre tanto feminismo impuesto y otras sandeces, y por eso nos hemos decidido a tirar pa´lante. Creemos que tenemos cosas que decir y necesitamos decirlas. Además creemos que ya iba siendo hora de que alguien las dijera.
• Por último queremos que quede constancia de que este texto ha sido escrito por mujeres y que somos contrarias a cualquier tipo de dominación. Nos partimos los cuernos a diario en la lucha por la libertad… así que ahorraros elucubraciones sobre el sexo del autor/autores de este texto y si no estáis de acuerdo con lo que en él se dice, curraros la crítica un poco más allá de afirmaciones del tipo “seguro que está escrito por hombres”. Aunque tampoco consideramos que ser hombre sea ningún descalificativo y, de hecho, animamos a nuestros compañeros a reflexionar sobre este tema y a posicionarse al respecto.
1.- SOBRE LA DE GÉNERO O PORQUÉ LO CONSIDERAMOS UN LASTRE
La separación entre sexo y género se asienta en la división entre lo bio, lo psico y lo socio a partir de la que las diferentes “disciplinas científicas” intentan analizar y explicar la realidad humana. La tendencia —que muchos definen como necesidad— de parcelar y categorizar la realidad lleva a una simplificación que sólo resulta válida a quienes buscan una explicación de los hechos que no obligue a profundizar demasiado.
Desde el punto de vista empírico que hoy mantienen las principales ramas de las llamadas ciencias sociales es necesario que un concepto sea operativilizable, susceptible a ser transformado en variable, para que su estudio pueda llevarse a cabo. A los conceptos ya no se les pide que se refieran a realidades, sino que gocen de validez y fiabilidad estadística.
El género aparece como intento de clarificar y dar coherencia a una serie de contenidos relacionados con la realidad de los sexos.
Al separar el género del sexo y referirse al primero como el “constructo que explica la división asimétrica de la sociedad en función de los sexos”, esto es: los roles y estereotipos, lo que se pretende es allanar el camino hacia la Igualdad, olvidando que cuando a dos se les quiere hacer iguales, se conservan y potencian sus diferencias.
En pro de esa igualdad se creó el concepto de género que tiene la ventaja de ser un concepto que alude a la vez a ambos sexos, sin embargo al utilizarlo en plural los dos géneros, masculino y femenino, sustituyen a los dos sexos, por lo que escapar de la bipartición parece más bien difícil. El uso de este nuevo concepto nos encamina de nuevo al empleo del dos, de la diferencia que pretende eludir.
Creemos que es interesante pararnos a ver de dónde surge la idea de género y qué implicaciones tiene porque, si bien la teoría de género es útil en tanto que simplifica la realidad, consideramos que la realidad humana no es simple ni simplificable, no es siempre cuantificable y no puede reducirse a roles y conductas.
En la actualidad el dualismo sexo/género goza de la aceptación y el respaldo general a nivel social del mismo modo que la idea de “igualdad de los sexos”.
Resulta funcional mantener esta diferencia entre sexo y género puesto que permite clasificar y cuantificar distintas realidades, roles y conductas dejando al margen cuestiones biológicas fácilmente asociables con el determinismo. El género, que fue recuperado desde disciplinas sociales como concepto explicativo del carácter construido de la desigualdad entre los sexos, ha copado el campo teórico y el social hasta el punto de que basta con mencionar las diferencias biológicas para que te acusen de esencialista. Independientemente del sentido teórico del sistema sexo-género, la idea de género ha servido, y sirve, para encubrir desde lo políticamente correcto una serie de cuestiones:
Como afirma Genevieve Fraisse en Musa de la razón (1991), en un principio había un miedo a la igualdad, ahora lo que se teme es la diferencia.
Un buen ejemplo de esto es que al introducir el término “sexs” en la versión anglosajona de Windows 2000 el corrector del programa lo transforma inmediatamente en “genders”. Esto, que puede considerarse una mera anécdota, es síntoma de ese miedo, igual que lo es la exagerada reacción y la acusación de esencialista ante la mención, por ejemplo, de alguna realidad biológica como es la mayor conexión interhemisférica que se produce en el cerebro femenino (y no en el masculino) a través del cuerpo calloso, o los cambios de humor y ánimo que acompañan el ciclo menstrual de las mujeres y que inevitablemente median en nuestra relación con el mundo que nos rodea.
Socialmente se acepta la igualdad como valor deseable frente a la diferencia. Ser “diferente a” suele relacionarse con ser “inferior o superior que”. Se tiende a la uniformidad, la globalización, y la idea de persona —independiente de las ideas de hombre y mujer— encaja mejor en esta tendencia.
El sexo, esto es, la diferencia, se trata como una variable clasificatoria —fuente de posibles sesgos o errores— en el análisis de las conductas “humanas”. Y, como ocurre con toda fuente de sesgos, se procura que esta diferencia desaparezca.
En concreto, el término género es usado por primera vez en torno a 1953. Fue Money, un pediatra norteamericano especializado en el tratamiento de niños con problemas de indeterminación en la morfología genital el primero en usar la noción de género para referirse a la posibilidad quirúrgica y hormonal de transformar los órganos genitales durante los primeros dieciocho meses de vida. Money ha pasado a la historia, además de por ser el autor de este término, por su “accidente” con el Gemelo Judío: Resumiendo un poco la historia porque nos sirve de ejemplo o antecedente de algunas de las cosas que queremos decir, el Gemelo Judío era un bebé con el que se les fue la mano durante la circuncisión: el pene se necrosó y el chaval se quedó sin pene a los 7 meses de edad.
Para Money —y esta teoría se mantiene hoy y está tomando mucha fuerza gracias a la teoría Queer— y casi todos en su época, la identidad sexual se podría resumir en algo tan simple como genitales + educación. Dado que el bebé es una pizarra blanca sobre la que se podría escribir una u otra identidad. Con el acuerdo de la comunidad científica de la época —matiz para los amantes de las hogueras y que quieran hacer de Money “la bruja a quemar”—, el de los padres y todo su entorno; se decidió reasignar al niño como niña. Se cambio su nombre, sus ropas, etc… Se dejó para más adelante la hormonación sustitutiva, sobre todo en la pubertad; y poco a poco se irían realizando los cambios quirúrgicos necesarios para reconstruir unos genitales femeninos. El tiempo pasó, y lo que parecía la confirmación del poder “psico-social” sobre la identidad sexual; acabo convirtiéndose en una bomba de relojería que nos lleva a conclusiones opuestas. El Gemelo Judío, paradigma confirmador de la teoría de Money, no acabó del todo contento, y durante años perseguiría a Money de conferencia en conferencia amenazándole con matarlo por haberle destrozado la vida. Tras algún que otro tumbo, de adulto asumió una vida de hombre.
Este dualismo sexo/género subyace a la mayoría de las aportaciones teóricas hechas desde el feminismo:
En 1975 Gayle Rubin publica El tráfico de mujeres, artículo donde aparece definido por primera vez el sistema sexo-género como la serie de disposiciones por las cuales una sociedad transforma la mera sexualidad biológica en un producto de la actividad humana.
El sexo, convertido en género, será el principio organizador de la sociedad, demostrándose así que la opresión de la mujer es una construcción social.
Hoy, el sistema sexo-género ha sido sustituido por el sistema de género, entendido como sistema de relaciones de poder que se dan entre los sexos. La propia Rubin en su artículo Reflexionando sobre el sexo, publicado en 1984, distingue entre las estructuras de sexo y las de género —a través de las formas de deseo permitidas— y acusa al feminismo de carecer de herramientas teóricas para el análisis de la opresión sexual por haber confundido estas estructuras.
Las divergencias teóricas entre diferentes corrientes del pensamiento feminista nos remiten al ya clásico debate entre aquellas aportaciones hechas desde el “feminismo de la igualdad” frente a las defensoras del llamado “feminismo de la diferencia”.
Para las feministas de la igualdad, la conceptualización del género como social, no determinado por la anatomía, supone el rechazo del determinismo biológico del “sexo” o la “diferencia sexual” utilizados para justificar la discriminación de las mujeres. Afirman que la igualdad no se refiere a que hombres y mujeres sean iguales, sino a lo que “A y B se asemejan a C o, lo que es lo mismo: lo que mujeres y hombres se asemejan a todo lo que la humanidad tiene de valioso”. Sin embargo, a lo largo de la historia de los feminismos, y con un justificable sentido estratégico, desde la igualdad han hablado de la igualdad de A y B, se ha llegado incluso a obviar el concepto de sexo —sexare= diferenciar—, la existencia de dos sexos, y sustituirlo por el de género —genérico=igual, especie—.
Pero la experiencia de vivir en un cuerpo sexuado en femenino es distinta a la experiencia de vivir en un cuerpo sexuado en masculino. Aunque éste no sea motivo suficiente para hacer de la necesidad virtud y limitar la lucha feminista a la recuperación de valores y formas de vida tradicionalmente femeninas que han servido durante tantos siglos para mantener oprimidas y silenciadas a las mujeres:
“…Otras han construido universos simbólicos donde incrustarse, perdiéndose en debates teóricos. O bien han creado grupos de mujeres donde sentirse seguras, donde desarrollar sus “oprimidas” capacidades comunicativas creando un sentimiento de unidad y fuerza; ¿Qué es esto, lucha o terapia de grupo?”. (La Miseria del Feminismo. Elephant Editions, 1998.)
Preguntarse sobre las diferencias sexuales y profundizar en estas diferencias no tiene que llevarnos, necesariamente, a dicotomías obsoletas ni a esencias que obliguen a construir un mundo femenino, “repensar el mundo en femenino” como si fuera posible o hubiera motivos para abstraerse de la realidad de la que formamos parte y a su vez nos constituye.
Desde las teorías de la diferencia se critica la práctica política de las de la igualdad porque supone entrar en el juego del patriarcado. Se tratan de medidas reformistas que hacen a la mujer cómplice del mantenimiento del mismo. Estas prácticas no sólo no han cumplido su objetivo sino que han producido un efecto contrario, en tanto que pone de manifiesto la importancia de las diferencias. El ideal igualitario tiene un muy poco peso en comparación con las exigencias que impone.
Es cierto que estas políticas nos han llevado a que hoy consideremos simplemente calidad de vida muchas de las cuestiones que hace pocas décadas parecían objetivos inalcanzables para las mujeres. Pero la crítica no deja de ser válida, no han significado la erradicación del patriarcado sino una transformación más de formas que de fondo que permite hablar de cierta igualdad de derechos y encubre la desigualdad. Desenmascarar esta nueva forma sutil de dominación es la acción más urgente del feminismo, porque el sistema ha reabsorbido nuestras demandas y ha creado un nuevo modelo de mujer que le es mucho más útil.
Sin embargo, al reivindicar desde el feminismo de la diferencia la recuperación de la figura materna, por usar un ejemplo habitual, ¿qué madre es la que se está recuperando sino una madre patriarcal? Los aspectos que según ellas constituyen el “ser mujer”, la ternura, el cariño, la paz, el cuidado… ¿No forman, inevitablemente, parte de ese mismo orden patriarcal del que somos herederas?
Es más, la práctica de la diferencia, ¿puede llamarse realmente política? Al rechazar toda participación en el sistema político de los hombres, al negarse a jugar un juego cuyas reglas fueron definidas por hombres y quedarse al margen, cualquier intento de actuación más allá del tomar “conciencia de sí” queda excluido. La sororidad, ese “Entre mujeres y en tanto que mujeres”, hace infranqueables las barreras entre estos grupos de mujeres y el resto de la sociedad, se convierte en “separatismo”. Tomar conciencia de las necesidades de cambio pero limitarse a crear espacios de mujeres y rechazar la participación en el mundo patriarcal supone aceptar la “no participación” que históricamente ha sido adscrita a las mujeres por lo que difícilmente puede ser entendida como reivindicación política.
No habría que hablar de igualdad y diferencia, sino de igualdad/desigualdad en lo social e identidad/diferencia en lo personal. Y es esa identidad lo que desde uno y otro feminismo se pone en tela de juicio: ¿Qué es ser mujer? ¿Nace o se hace? ¿Igual a qué? ¿Diferente de qué?
Desde que Simone de Beauvoir se planteó esta cuestión ha llovido mucho en torno a los sexos, el género, la identidad sexual o genérica… sin embargo parece que la discusión entre la igualdad y la diferencia en el feminismo no tenga salida en los términos en los que se plantea. De hecho, se convierte en una contradicción irresoluble.
Este debate Igualdad/Diferencia que ha marcado la historia del feminismo durante el pasado siglo XX se fundamenta en el análisis de la oposición de naturaleza frente a cultura, lo innato frente a lo construido, y, durante mucho tiempo ha parecido ser el único análisis capaz de desbaratar la asignación de mujeres y hombres a una identidad sexual obligatoria y opresiva para las mujeres.
Pero, el ser humano es una mezcla de naturaleza y cultura. La naturaleza humana es cultural y la cultura tiene su origen en la naturaleza.
Pensamos que los individuos no se determinan sólo a través de las adjudicaciones socio-culturales —muy a pesar de las teóricas del género o de las defensoras de la “nueva feminidad”— sino que se da una relación dialéctica entre el individuo y estructuras socioculturales. No estamos completamente definidos por estas estructuras pero es imposible sustraerse completamente a ellas.
Fuera de los estrechos círculos intelectuales en los que las feministas libran sus batallas teóricas, para la mayoría de las mujeres esta igualdad es sólo un objetivo deseable en la medida que no ponga en peligro sus relaciones con los hombres:
“Aunque saben perfectamente que no se le arrancan al amo sus privilegios sin resistencia y rechinar de dientes, conocen también la verdad de la aseveración de Margaret Mead: cuando un sexo sufre, el otro sufre también”. (Por mal camino, Elisabeth Badinter, 2004).
A estas alturas este análisis que se ha convertido en una trampa, como denuncia Geneviève Fraisse en La controversia de los sexos: “…lo biológico sirve para oprimir a las mujeres, lo social es la auténtica clave de la dominación masculina, por lo tanto… ¡La naturaleza de las mujeres existe! La proposición cae siempre en su propia trampa y valida aquello que cree anular”. Consideramos que ya va siendo hora de superar estos dualismos, de salir de la trampa de la naturaleza y la cultura, lo construido y lo innato… pero, ¿salir hacia dónde?
2.- ALGUNAS “SALIDAS” POSTMODERNAS: REFLEXIONES A PROPÓSITO DE LA TEORÍA QUEER.
Junto al peligro que entraña la victimización y el de caer en esencialismos al apelar a las diferencias biológicas como justificación suficiente de la desigualdad; nos encontramos con otra fuente de confusión: las teorías basadas en el postestructuralismo dentro del llamado postmodernismo, definido como movimiento teórico y cultural que se asienta sobre la crítica y decosntrucción de toda realidad totalizadora, comenzando por el mismo concepto de Realidad.
Hablamos en concreto del Movimiento Queer que cada vez está tomando más fuerza, aunque no podemos evitar pensar que se trata más de una moda que de un posicionamiento político, ya que al detenernos a analizar sus orígenes y argumentos teóricos creemos que se cae por su propio peso.
Intentaremos explicarnos lo mejor posible y para ello recurrimos a dos de los grandes referentes teóricos de la práctica Queer: Butler y Preciado —una de las principales difusoras de la teoría de Butler en el Estado español—, aunque pedimos perdón de antemano porque nos resulta muy complicado tratar de explicar con claridad lo que dicen ambas autoras: Si algo caracteriza sus escritos es lo enrevesados que resultan y las vueltas que dan a una idea, en principio sencilla, hasta convertirla en incomprensible… Claro, son muy postmodernas ellas… y recordemos que en la postmodernidad, o esta mierda de mundo que habitamos, no importa tanto lo que se diga sino cómo se diga: El aparentar vale mucho más que el ser.
El Movimiento Queer tuvo su origen en los años 90 entre los miembros de la comunidad gay y lesbiana de los Estados Unidos y surge a partir del cuestionamiento de la distinción entre sexo y género y el planteamiento de que sólo trascendiendo a esta dicotomía se puede articular un discurso y una acción política que rompa con la labor normalizadora de la división sexual. Como movimiento teórico nacido en el seno de la postmodernidad, el movimiento Queer se define como un movimiento postidentitario en tanto que plantea un una posición crítica respecto a los efectos normativos de toda formación identitaria —sexual, de clase, religión, raza—.
Con el propósito de criticar el supuesto heterosexual del feminismo desde la óptica del postestructuralismo, esto es, mediante la deconstrucción de diferentes categorías, encontramos en El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad (Butler, 1990), obra central en la construcción teórica del movimiento Queer, el supuesto de que las minorías serían respetadas si se transformaran las estructuras culturales valorativas subyacentes a la dicotomía normativa homosexualidad-heretosexualidad. La solución que Butler propone para salir de esta división en la que la homosexualidad está devaluada frente a la heterosexualidad, parte de la deconstrucción y desenmascaramiento de la represión sobre la que se asienta toda identidad. Así, propone su Teoría de la Performatividad de Género, afirmando que sólo la parodia puede trastornar las categorías de sexo, género, cuerpo y sexualidad.
Nos resulta chocante ver que las teóricas Queer aluden a las prácticas de Money —el pediatra del Gemelo Judío— y le critican por justificar la reasignación de género como el único medio para posibilitar la adaptación a la vida familiar y a la lógica productiva de la sociedad, pero obvian el hecho de que el Gemelo le persiguió durante años, no por haberle asignado un sexo, sino por haberle asignado “el sexo que no era”. Sin embargo, para Preciado (Preciado, 2002), este hecho ilustra como los dispositivos institucionales de poder de la modernidad han trabajado unánimemente en la construcción de un régimen específico de construcción de la diferencia sexual y de género.
Un régimen en el que la normalidad —lo natural— estaría representado por lo masculino y lo femenino, mientras otras identidades sexuales —transgéneros, transexuales, discapacitados,…— no serían más que la excepción, el error o el fallo monstruoso que confirma la regla.
Y aquí es donde empezamos a perdernos, porque por lo que sabemos identidades sexuales sólo hay dos, en la especie humana y en el resto de especies animales sexuadas: masculina y femenina, y precisamente los colectivos de transexuales lo que reclaman es poder vivir su propia identidad sexual que no se corresponde con sus genitales, o sea, que se les reconozca como hombres o mujeres… sobre la identidad sexual de las personas con discapacidades preferimos pensar que a Preciado se le ha pirado, porque en ningún momento nos cuestionamos que un hombre sea menos hombre o una mujer menos mujer por el hecho de tener una discapacidad. Los transgéneros, si podemos ponernos un poco macarras, nos parecen un mal a evitar en tanto que se limitan a seguir las “sabias” enseñanzas de Butler: reducir la propia identidad a la parodia.
El planteamiento de Butler pone sobre la mesa el carácter construido del género y su función normalizadora haciendo hincapié en la complicidad de esta idea con el mantenimiento de la norma heterosexual. Pero llega al extremo de la deconstrucción de la propia idea de sujeto, de identidad, poniendo en tela de juicio no sólo las aportaciones teóricas del feminismo sino las bases del conocimiento moderno en general, perdiéndose en un universo teórico donde se juega con estructuras y categorías y el individuo queda completamente disuelto. Para nosotras, la teoría es una herramienta para la práctica, ayuda a comprender al individuo y su realidad, no lo disuelve entre “deconstrucciones”, “devenires”, y otras “pajas mentales”.
Su planteamiento, al igual que el del feminismo lésbico y otros colectivos homosexuales, nos choca también al hacer de la orientación sexual del deseo erótico —homosexualidad o heterosexualidad— una cuestión identitaria al mismo nivel que la identidad sexual —hombre o mujer—.
Según Preciado el movimiento Queer converge con el postfeminismo en la revisión crítica de las teorías feministas:
“Frente al feminismo liberal, heterosexual y de clase media que busca la igualdad del sujeto político mujer con el sujeto político hombre —la normalización— el postfeminismo incorpora otros elementos identitarios como las reivindicaciones de clase o raza. Frente al feminismo de la diferencia que ya integra la noción de cuerpo pero define a la mujer en clave esencialista —y habla de una identidad femenina natural con una serie de rasgos intrínsicos: instinto maternal, sensibilidad…— el postfeminismo concibe el cuerpo como el efecto de un conjunto de tecnologías sexuales”. (Preciado, B. 2001. En URL: http://www.uia.es/artpen/estetica/estetica01/frame.html)
Las teorías y prácticas Queer se distancian de este feminismo al no representar un movimiento de emancipación y reivindicación de derechos en vías de un reconocimiento social y un progreso económico, como harán la mayor parte de los grupos feministas y de homosexuales, sino que pretende la oposición integral al concepto moderno de sujeto.
Aunque coincidimos en que es necesario superar la normalización perseguida por el feminismo más rancio e institucional de la igualdad y los esencialismos que caracterizan al feminismo de la diferencia, tememos el peligro que entrañan estas teorías de corte postmoderno que sobrepasan la crítica de estos efectos normativos de la identidad —ya sea sexual, de género, clase o raza— y anulan el valor de dicha identidad en sí misma llevándonos hacia un relativismo desmesurado en el que la se suprime el valor de la identidad colectiva de cualquier grupo social, lo que genera, de una parte, la desubicación del individuo en relación con los demás y, de otra, la anulación del valor de cualquier lucha política.
Si bien estos análisis han contribuido a poner en cuestión el sistema sexo/género y el régimen sexual bipolar sobre el que se asienta, al recuperar la idea de intersexualidad y despatologizarla, denunciando como los dispositivos institucionales del poder, —la medicina, el sistema jurídico, el sistema educativo…— han trabajado en la construcción de un régimen de normalización en torno a la diferenciación sexual y de género; con lo que hacen posible el cuestionamiento del carácter normalizador de la propia división entre sexo y género. Consideramos que el exagerado nominalismo e individualismo postmoderno, al renunciar a todo marco normativo y organizativo por sus efectos coactivos sobre las individualidades y asumir que al definir a todo un grupo social —en este caso a las mujeres como mujeres y los hombres como hombres— bajo un epígrafe concreto —género o sexo— se oscurecen las profundas diferencias individuales —orientación del deseo, etnia, clase…— , anula el valor de la identificación con un sexo por diferenciación frente al otro, obviando que esta difereciación, tan construida como natural, es real y rige la interacción dialéctica entre el sujeto y el medio social.
Claro que, como parten de la negación de la Realidad y la identidad tal y como se conciben en la actualidad, cualquier crítica que quiera hacer a estas teorías resulta tan absurda como las propias teorías…
Simplificándolo mucho, la salida que propone la teoría Queer nos parece como si, para acabar definitivamente con el racismo se optara por pintar a los negros/as de blanco o a las blancas/os de negro, o, mejor aún: a unas/os y otros/as de verde.
3.- PATRIARCADO Y CAPITALISMO:
Otro gran debate que ha copado la práctica feminista del último siglo es aquel en torno a la relación entre Patriarcado y Capitalismo, y nos interesa aclarar nuestra postura sobre este punto para luego poder hablar de todo eso del victimismo…
¿Qué relación existe entre estos dos sistemas? ¿Es el patriarcado parte del capitalismo o, por el contrario, éste es una consecuencia de aquel? ¿Se tratan ambos sistemas de una doble realidad?
En su artículo La economía desde el feminismo, Pérez Orozco y del Río (2002) explican cómo, en los diferentes intentos por aclarar la relación entre estos dos conceptos encontramos tres posturas diferenciadas: quienes hablan de un único sistema, de sistemas duales y de sistemas múltiples.
Al hablar de un único sistema, generalmente se considera uno efecto del otro, ya sea el patriarcado como parte del capitalismo, en tanto que le es funcional, o el capitalismo como resultado del patriarcado o un tipo concreto de patriarcado. Destacan un problema en esta concepción de un solo sistema que es el hecho de que finalmente se privilegia al Capitalismo y las relaciones de clase por encima de los conflictos de género. Este problema llevó a la idea de que la realidad se comprendía y nombraba mejor de acuerdo con la lógica del doble sistema, esto es, que se tratan de dos sistemas diferentes que coexisten e interaccionan. La crítica al feminismo de las mujeres blancas occidentales provocó un replanteamiento teórico que llevó se comenzara hablar de múltiples sistemas a los que se van añadiendo otros en la medida en que se va tomando conciencia de que las mujeres somos diferentes y vamos constatando la experiencia de más y más formas de diferencia.
De acuerdo con las autoras de este artículo y dada la necesidad de delimitar un marco de referencia, nos referiremos a este sistema múltiple como “Patriarcado Capitalista Blanco” —¿o cómo deberíamos llamar a esa escandalosa cosa?— Esto es, cómo funciona este sistema aquí y ahora.
El Patriarcado entendido como realidad totalizadora y separado de la realidad social de cada momento entraña una serie de peligros, entre ellos la culpabilización de un sexo en su conjunto —de todos los hombres por el hecho de ser hombres— y la consecuente victimización del otro —a saber, las mujeres—. Olvidando que no podemos oponer a ambos sexos como si de dos clases sociales se trataran puesto que, aunque compartamos características, no todas las mujeres somos iguales ni nos encontramos en igual situación frente a los hombres, del mismo modo en que no todos los hombres son iguales.
En las siguientes páginas trataremos de distanciarnos de este concepto no porque creamos, como afirman muchas teóricas postmodernas, que estemos asistiendo a su final, —¡Ojala estuviéramos en situación de poder afirmar eso!— si no porque consideramos que para entender las relaciones de los sexos en su conjunto es necesario la superación de la opresión por parte de los hombres como marco explicativo; no porque estemos menos oprimidas de lo que podamos pensar, sino porque tanto hombres como mujeres somos víctimas en el reparto de roles, expectativas y tareas. Ambos sexos somos explotados, y la transformación de la realidad social es responsabilidad tanto de unos como de otras.
El concepto de Patriarcado aparece directamente relacionado con la crítica social con raíz marxista en la que se apoyaba el discurso feminista de los años 80:
Las feministas radicales describieron el patriarcado como una expresión del poder de los hombres sobre las mujeres. Las socialistas y las liberales, así mismo, dirigieron su atención hacia la vida privada de las mujeres y sus experiencias personales, lo que parecía confirmar que el problema de las mujeres era, a grandes rasgos, los hombres; no sólo aquellos que sustentaban los mecanismos de poder en el gobierno, sino también los padres, los compañeros y coetáneos. La observación de que la opresión del patriarcado parecía que se mantenía a través de la historia y de las culturas, reforzó la idea de que este sistema de opresión operaba con máxima efectividad en la esfera privada. La idea de que lo personal es político ganó empuje entre las feministas, y se comprendió que el escrutinio de las propias historias de vida era potencialmente liberador, acompañado por esfuerzos de cambio en la dinámica de las relaciones entre hombres y mujeres. No importaba lo bien intencionados que los hombres pudieran parecer, ya que como detentadores de un profundo interés en su status quo, al nivel de la sexualidad y la afectividad todos eran cómplices. Estas teóricas olvidaban, sin embargo, la complicidad de las mujeres en la construcción de ese sistema de relaciones:
“A fuerza de ignorar sistemáticamente la violencia y el poder de las mujeres, de proclamarlas constantemente oprimidas y, por tanto, inocentes, se acaba ofreciendo un relato de la humanidad cortada en dos poco realista. Por una parte las víctimas de la opresión masculina, y por la otra, los verdugos todopoderosos…” (Por mal camino, Elisabeth Badinter, 2002)
La lucha antipatriarcal se transforma entonces en una lucha contra los hombres y lo considerado masculino, haciéndoles responsables de nuestra opresión y también de nuestras carencias en todas las esferas que componen nuestras vidas.
Así, desde las actuales teorías ecofeministas —herederas de los presupuestos del feminismo cultural o radical de los setenta—, se sostiene e insiste en que la acción destructiva del varón —cultura— nos ha llevado a la situación actual en la que el planeta se encuentra en peligro de extinción, y que la tarea de la mujer, como portadora de valores tales como la capacidad de cuidado, la paz, la maternidad, etc, es la reconciliación con la naturaleza, la salvación del mundo.
Estos planteamientos llevan la división entre naturaleza y cultura a su máxima expresión, asociando, además, todo lo que la humanidad tiene de negativo al varón y la cultura y ensalzando la bondad de la mujer y la naturaleza. Afirman, una diferencia tajante entre los valores de ambos sexos y condenan al sexo femenino a un prototipo idéntico al proclamado por la tradición patriarcal. Además, refuerza la condena del sexo masculino y la consecuente victimización del femenino.
4.- VICTIMISMO Y FEMINISMO:
La búsqueda de identidad femenina supone también una búsqueda de la nueva identidad masculina: preguntarse ¿qué es ser mujer? Es preguntarse ¿qué es ser mujer respecto al hombre? Supone que el hombre tampoco está claro para sí mismo.
Comprendemos que muchos hombres se sientan amenazados por la lucha feminista, de hecho pensamos que durante las últimas décadas los hombres en general y nuestros compañeros en particular se sienten invadidos y victimas de contradicciones: entienden la necesidad de esta lucha, la comparten, pero se ven excluidos de ella, o no solo eso: se ven señalados como agresores.
En las últimas décadas estamos asistiendo a la creación de “grupos de hombres” que se están replanteando el sentido de la masculinidad en relación con esa nueva feminidad.
Algunos de estos grupos, como los inspirados en el best-seller del escritor Robert Bly, Iron John (1990) del que toman su nombre, parten de la idea de que el hombre moderno necesita recuperar el contacto con su fondo “salvaje” en respuesta al fenómeno del “hombre nuevo” promovido por los medios de masas y que en nuestros círculos, supuestamente alejados de la influencia de los medios, encuentra su correlato en el “hombre sensible”, ¿o mejor decir sensiblero?:
“El movimiento feminista animó a los hombres a tener en cuenta a las mujeres, forzándolos a tomar conciencia de los problemas y los sufrimientos que el varón de los cincuenta se había esforzado por ignorar. A medida que los hombres empezaron a considerar la historia y la sensibilidad de las mujeres, algunos hombres empezaron a descubrir y prestar atención a lo que se denominaba su lado femenino. Este proceso ha seguido hasta nuestros días y me atrevería a afirmar que la mayoría de los varones contemporáneos están involucrados en él de una manera u otra (…) En los últimos veinte años, el varón se ha vuelto más reflexivo, más tierno. Pero mediante este proceso no se ha vuelto más libre. Es un buen chico que no solo contenta a su madre, sino también a la joven mujer con la que vive…” (Iron John. Robert Bly, 1990)
El hombre es hoy concebido como alguien sumido en una crisis de identidad. El rechazo del machismo se convierte a menudo en el repudio de la virilidad en sí.
Mientras, las mujeres proclaman la desigualdad de la que son víctimas. Cada sexo se siente, de alguna forma, acorralado por el otro. Ellos se sienten despojados de toda especificidad y objeto de expectativas contradictorias. Se les pide a la vez conservar las virtudes de sus abuelos —fuerza protectora, coraje, sentido de la responsabilidad— y adquirir las de sus abuelas —capacidad de escucha, ternura, compasión—. En suma, experimentan la desagradable impresión de confusión de identidad frente a las mujeres que dudan cada vez menos en comportarse como los hombres de antaño, se autoproclaman el ser más completo y no dudan en culparles de sus carencias. Puestos a negar uno de los sexos y tras siglos de negación de lo femenino, se niega y rechaza ahora el masculino. Negación que resulta mucho más políticamente correcta al negar al opresor frente al oprimido.
Lo masculino se considera malo, alardear de ello es cosa de machistas, el hombre queda satanizado por el hecho de ser hombre y por lo tanto se glorifica a la mujer como víctima, negando la autonomía que en principio exigía la lucha feminista.
“Ya no podemos continuar el plan de una emancipación definitiva de los hombres o de las mujeres como si pretendiéramos una resolución definitiva de los conflictos entre ambos. En ese sentido, nosotras hemos abandonado ese feminismo de la liberación, si bien hemos podido salir de él porque hemos ganado en lo esencial, al menos en la civilización occidental, desde que las mujeres tomaron conciencia de que eran responsables de su destino y que tenían que decidirlo y cumplirlo”. (Política sexual, S. Agasinsky, 1999)
Muchas de las prácticas políticas del feminismo llevan a una victimización de las mujeres, creando una necesidad de protección y seguridad frente al otro sexo que eclipsa sus deseos de libertad e independencia.
La lucha por la igualdad no puede convertirse en deber de igualdad, la igualdad entendida como sinónimo de bueno y el rechazo, por lo tanto, de toda diferencia, olvidando que hombres y mujeres lo somos —y no somos otra cosa ni podemos dejar de serlo— precisamente porque somos producto de la diferenciación sexual.
La exigencia de una habitación propia, —aludiendo al conocido título de Virginia Wolf— no puede impedir la construcción de una casa común compartida.
No es posible que se dé un pacto entre idénticos, y tampoco es viable ni deseable un pacto entre opresores y oprimidos, así que, al afirmar la necesidad de un pacto que permita a hombres y mujeres un mutuo entendimiento y una evolución o crecimiento constante, partimos de la diferencia entre uno y otro sexo y al mismo tiempo de la necesidad por parte de ambos de combatir y demoler aquellos aspectos en los que esta diferencia se convierte en desigualdad. La lucha conjunta por construir y mantener esa casa común compartida.
5.- RESUMIENDO UN POCO: NUESTRAS CONCLUSIONES SOBRE TODO ESTO…
Habrá quien se pregunte a qué viene todo esto en un artículo que se autodefine libertario y en el que se da por sentado un distanciamiento de las posturas más victimistas del feminismo, aquellas que han sido asimiladas por parte del Estado y reivindican una serie de derechos y deberes, feminismo al que otras han llamado, con bastante exactitud, “feminismo patriarcal”. Lo que ocurre es que consideramos que ese victimismo está también presente en el feminismo más radical o que intenta escapar de la sombra del Sistema y plantarle cara, también en el llamado anarcofeminismo. Y se manifiesta en nuestro día a día, entorpeciendo nuestra lucha y las relaciones con nuestros compañeros. Y reproduciendo, además, el mismo juego victimista del “feminismo patriarcal”, o una versión un tanto cutre del mismo.Llegadas a este punto y a modo de conclusión, creemos necesario dejar claras las ideas principales que nos han empujado a debatir, reflexionar y finalmente editar este texto.
Quizás, después de la lectura no queda del todo clara la postura, ideas, sentimientos que pretendemos transmitir. A veces explicar con palabras nuestras propias ideas es más difícil de lo que parece, ya que inevitablemente, siempre habrá alguien que nos malinterprete, o no entienda nada de lo que decimos. Pero bueno, es un riesgo que hay que asumir si queremos desmontar el tinglado formado alrededor del feminismo y de las luchas supuestamente femeninas:
Sobre el sistema “sexo-género”, hemos debatido mucho y de un modo general hemos llegado a la conclusión, que en realidad no tendría que haberse dado la separación entre ambos:
Las teorías feministas de la diferencia han insistido en la idea de que nuestro sexo biológico nos determina ya como hombre o mujer. Y es precisamente el sexo y esas características biológicas las que supuestamente, según las feministas de la diferencia, nos hacen identificarnos más con las mujeres. Sólo por ser mujer tendremos que mostrar nuestra complicidad y solidaridad, cuando en realidad, muchas veces no tengamos nada que ver, —aquí entrarían cuestiones de “clase”, nivel económico que por ahora no nos pararemos a examinar, aunque éstas señalan cómo podemos desmontar uno de los pilares del feminismo de la diferencia—. Por otro lado, desde estas teorías se subraya la diferencia como algo esencialmente femenino, la llamada “esencia femenina”, de este modo podrán justificar muchas cosas a veces injustificables, por ejemplo: el aspecto del cuidado solo le corresponde a las mujeres, apartando y no creyendo que el hombre también es capaz de cuidar.
Las feministas de la igualdad, sin embargo, consideran que nuestro sexo y características biológicas no influyen en nada en nuestra biografía y en nuestras relaciones, y que simplemente somos personas iguales, tanto hombres y mujeres. En rasgos generales, la diferencia se sitúa siempre en términos relativos a: “superior a” o “inferior a”, otorgando a la diferencia un valor negativo.
Las ideas y prácticas feministas de la igualdad que lejos de ser nuestro objetivo, tampoco han contribuido a la erradicación del sistema patriarcal, han facilitado que la mujer se vea un poco más beneficiada en el plano social, cultural, económico, etc… —sin olvidarnos que estos avances se han dado en un sistema capitalista, que sigue una lógica mercantil que para nada es a lo que nosotras, soñadoras de la verdadera libertad, aspiramos—. Las teorías de la igualdad han pretendido hacernos a todas y todos iguales, sobretodo, como hemos comentado más arriba, en un plano social. Negando la diferencia y negando así la riqueza de la diversidad.
Otras corrientes postfeministas, y en concreto el movimiento Queer, han subrayado esa idea de que todo es una cuestión cultural y social. Nuestro sexo biológico queda en un segundo lugar pues lo que nos hace ser y actuar cómo mujer o cómo hombre son una serie de roles y conductas previamente asignadas por el patriarcado a cada género. Y, como venimos diciendo, eso a nosotras tampoco nos convence…
Entonces, ¿qué es lo que queremos? Queremos ante todo ser nosotras mismas y que nuestros compañeros también lo sean. No estamos de acuerdo en la separación que se ha dado entre sexo y género:
No creemos que esta separación solucione los problemas. Consideramos que el sexo determina nuestro ser y nuestra forma de sentir, porqué inevitablemente, no sentimos lo mismo si nuestro cuerpo está sexuado en femenino o en masculino. Puede que se nos acuse de biologicistas, pero es una realidad que no podemos obviar:
“Ineludiblemente, los hombres, por serlo, tienden a ser más digitales e instrumentales (sus hemisferios cerebrales están menos intercomunicados o su cerebro está más lateralizado) y las mujeres, por serlo, tienden a ser más analógicas o expresivas (sus hemisferios tienen muchas más neuronas de conexión estando su cerebro funcionalmente menos lateralizado)”. (Pérez Opi y Landarroitajauregi).
Y aún si estas u otras evidencias biológicas no existieran, ¿por qué habría de ser deseable que desaparecieran tales diferencias? ¿No estaríamos perdiendo todo lo positivo que aportan las diferencias y el placer de poder compartirlas?
Nosotras no queremos ser iguales a los hombres ni si quiera queremos ser iguales entre nosotras mismas. Porqué cada uno es él/ella misma, y en cada una de nosotras y nosotros convergen tanto nuestras características biológicas, como nuestro entorno social. Y las diferencias que sí las hay, no queremos verlas como algo negativo, ni situarnos por encima o debajo de nadie. Las diferencias son riqueza, y no un arma arrojadiza hacia el otro sexo. No nos sentimos ni mejor, ni peor, ni inferior, ni superiores a los hombres.
El género, entendido como roles y estereotipos socialmente construidos basado en relaciones de poder que se dan entre los sexos, ha contribuido cada vez más a la opresión que padecemos tanto las mujeres como los hombres, en vez de servir para eliminarla:
En este sistema patriarcal que todxs padecemos se sigue debatiendo entorno a la dualidad entre lo natural —sexo— y lo cultural —género—. ¿Qué es natural y qué es construido?, ¿qué es innato o qué no? Creemos que ya va siendo hora de superar estos dualismos que a lo único que ha contribuido es a la elaboración de un montón de rayadas teóricas y pajas mentales, que no nos llevan a ninguna parte. Porque yendo al centro de la cuestión: yo, soy mujer, es decir, me identifico como mujer y me siento y comporto de determinada manera porqué tanto mi sexo biológico como todo el entramado social me han conformado de este modo. No creemos que debamos separar lo biológico “natural” y lo sociológico o “cultural”. Somos una “mezcla”, por lo tanto la solución no estriba en aferrarnos y sobrevalorar las diferencias existentes entre hombres y mujeres y usarlas para minusvalorar al otro —sea mujer u hombre—, ni en decir que todo se debe a una cuestión social y nada más.
Quizás necesitemos recuperar un poco nuestro lado más salvaje y animal y recordar que somos seres sexuados que interactuamos en un sistema con sus normas de conducta, roles, etc. Sin olvidar que si esos roles o esas conductas no nos sirven, hay que rechazarlas. Hay que luchar contra todo aquello que nos golpea y que nos hace sentirnos cada vez más aislados de nuestra propia naturaleza y de nuestros propios deseos.
Y nuestro deseo puede ser heterosexual, homosexual, o ambas cosas…. es, al fin y al cabo nuestro deseo.
Estamos hartas de feministas y neofeministas que no dudan en culpabilizar a los hombres de todos los problemas que sufren las mujeres. Estamos hartas de ser víctimas y usar el discurso del victimismo para defender aspectos tan aberrantes como la propia aniquilación de los hombres, solo por serlo. Estamos hartas de oír gilipolleces como que todos los hombres son potencialmente violadores, maltratadores, etc… No pretendemos ser defensoras de los hombres ni salvadoras de nadie. Simplemente nos hierve la sangre cuando algunos y algunas atrincheradas en la supuesta lucha feminista, lanzan consignas que nos duelen tanto a nosotras como a nuestros compañeros con los que compartimos muchas, pero que muchas cosas.
Queremos construir espacios donde nuestras diferencias no se sitúen ni por encima ni por debajo de nadie. Queremos compartir con los hombres nuestras luchas, nuestras acciones, nuestra vida.
6.- ALGUNOS EJEMPLOS EN LOS QUE ESE DESEO DE IGUALDAD CHOCA CON LA DIFERENCIA ENTRE LOS SEXOS Y CÓMO EL MISMO DISCURSO ANTIPATRIARCAL SE EMPEÑA EN INTERPRETAR ESA DIFERENCIA COMO DESIGUALDAD:
A continuación introducimos algunos ejemplos cotidianos en los que vemos reflejado ese afán de igualdad y sus consecuencias victimistas y negativas. Ejemplos que solo son ejemplos pero que creemos que evidencian toda esa confusión teórica de la que venimos hablando hasta ahora. El objeto de ponerlos por escrito es generar un poco de debate y reflexión a partir de cuestiones prácticas que, estamos seguras, nos son más o menos cercanas a todxs:
• En cuántas situaciones de trabajo en nuestros locales, por ejemplo encalar una pared o arreglar una gotera, si estamos moviendo cubos llenos de yeso, es muy posible que si hay tres chicas y dos chicos a los chicos les cueste menos esfuerzo levantar los cubos —por supuesto no a todos los chicos y dependerá de qué chicas—, pero también es muy posible que si a alguno se le ocurre decir “ya lo hago yo” sus compañeras se lo tomen mal e interpreten esta reacción como una muestra de “machismo” y no como una forma de agilizar el trabajo. Si tengo un compañero —o compañera— con más fuerza física y que puede hacer una tarea más rápido y con menor esfuerzo, ¿por qué no dejarle? Es como si a pesar de tener una compañera con carné de conducir y una furgoneta disponible nos empeñáramos en mover un montón de cajas a pié o en bicicleta…
• ¿Y qué ocurre con la participación en las asambleas?: A menudo se critica y reflexiona sobre el hecho de que generalmente son hombres quienes llevan la voz cantante, hacen más propuestas y adquieren más responsabilidades en los colectivos. Esto es un hecho generalizado, del mismo modo que lo es la mayor presencia de hombres que de mujeres en ciertos espacios denominados antisistema. El propio anarquismo puede considerarse un movimiento fundamentalmente masculino. Lo chocante es que las propias defensoras de esa feminidad ligada a la naturaleza y valores como la paz, la afectividad y lo privado —defensoras de la separación entre naturaleza y cultura de la que hablábamos antes— y que atribuyen a los hombres cuestiones como la guerra o la política, se escandalicen por esto y culpen a los hombres de su propia falta de iniciativa y participación. Si hablamos de guerra social, las herramientas de las que disponemos son, según sus propias clasificaciones, masculinas y es muy probable que los hombres se sientan más motivados en ciertos espacios. Mientras estas herramientas sean útiles para combatir al sistema y no impliquen la exclusión de nadie por motivos de sexo no entendemos qué hay de malo en ellas ni por qué habríamos de culpabilizar a nuestros compañeros por su mayor participación en vez de implicarnos más nosotras y trabajarnos nuestras carencias. Ya vale de lloriquear por nuestra histórica invisibilización, asumamos la responsabilidad que tenemos en ella y plantémosle cara implicándonos en nuestros colectivos, proponiendo acciones y aportando nuestras ideas. Y si en una asamblea o en cualquier situación de lucha alguna mujer se siente realmente menospreciada, debe decirlo. No callarse e irse a su casa y reproducir el lloriqueo de que “malos son los hombres que no me dejan hablar”. Es en las asambleas y/o en la lucha diaria, dónde este tipo de cuestiones, tienen que resolverse. Y si algún hombre realmente se comporta como un imbécil hay que decírselo. “Masculinicemos” un poco nuestra actitud en la lucha, del mismo modo que hemos exigido a nuestros compañeros que “feminizaran” ciertas actitudes, como su expresión de la afectividad o de la sexualidad.
• Y ya que hablamos de ello, en las relaciones sexuales (heterosexuales) encontramos muchas cuestiones que son síntoma de esa igualdad mal interpretada e impuesta, al ser las relaciones íntimas uno de los espacios en los que más se manifiestan las diferencias entre los sexos. Los esfuerzos nulos por eliminar estas diferencias llevan a la frustración y provocan situaciones insostenibles que producen un gran malestar, como las que encontramos en el espacio de lo íntimo: el deber de orgasmo “impuesto” por Reich a las mujeres y el desconcierto del hombre heterosexual ante su incapacidad para disfrutar como su compañera. Así, nos encontramos con toda una generación de hombres, herederos de estas teorías de la igualdad, obsesionados con que son eyaculadores precoces —independientemente de lo que tarden en eyacular durante sus relaciones—.
Si una mujer se excita mucho con unas cuantas caricias, besos, masturbaciones, etc. llegando a tener algún orgasmo, su pareja —más aún si esta es un hombre— no dudará en pensar, “¡joder, cómo pongo a esta tía… está como una moto!”, pero si es él el que se excita mucho con los mal llamados preeliminares, y llega al orgasmo, por lo que generalmente eyacula, tanto él como su pareja es muy probable que no se sientan tan satisfechos como en el ejemplo contrario sino que se rayen pensando “¿seré/será eyaculador precoz?”. Por otro lado vemos a un montón de mujeres obsesionadas con disfrutar tal y como les dicen las revistas, sin saber a qué se refieren con eso del orgasmo múltiple, porque, cada una lo vivirá y expresará de una manera. Incluso en cada situación concreta una misma mujer tendrá experiencias diferentes: ¿orgasmos? Tal vez sí o tal vez no, ¿qué más da? Se supone que tenemos relaciones porque son placenteras, porque así expresamos nuestro deseo erótico y lo satisfacemos, sin embargo las relaciones se han convertido en una competición y los orgasmos en un trofeo. Lo políticamente correcto se mete en nuestra cama. Y no dudamos en culpabilizar de nuevo al hombre, calificándolo de mal amante y culpándole de nuestra propia incapacidad.
• El coito en sí mismo se ha visto culpabilizado, convertido, junto al pene, en un símbolo de la dominación masculina. Por supuesto, sabemos que no es la única forma de compartir placer sexual, el coito no es lo único ni tiene por qué ser lo mejor, nuestra expresión de la sexualidad es mucho más amplia y hay muchas otras prácticas que nos parecen tan placenteras o más como éste, pero de ahí a considerar al coito como el Satanás de las relaciones hay un trecho: No podemos evitar que se nos escape una risilla cuando oímos ese nuevo término tan extendido en nuestros círculos de “envolvimiento” con el que algunas pretenden sustituir el de “penetración” al que ellas mismas han llenado de connotaciones negativas. El coito supone la introducción del pene en la vagina o el ano, es éste y no aquellos el que se arrima e introduce, o sea, el que penetra y por lo tanto queda envuelto por las paredes de una u otra cavidad. Penetración nos parece por lo tanto un término muy descriptivo y no encontramos por ninguna parte la supuesta violencia que conlleva, menos aún en las relaciones mutuamente consentidas. La reducción del pene a instrumento de dominación, intimidación y agresión nos resulta absurda y vemos en ella mucho más esfuerzo intelectual por discutir la teoría freudiana del complejo de castración que por comprender los mecanismos fisiológicos y las estructuras anatómicas humanas.
A todos los hombres de nuestras vidas: hermanos, compañeros, amantes, amigos… Nos gustan vuestros penes, no los envidiamos, pero nos gustan porque nos gustáis vosotros. Nos alegramos de que seáis parte de nuestras vidas, de compartir con vosotros sueños y proyectos, de saberos cerca, de contar con vosotros para conspirar, afrontar y enfrentarnos a esta realidad de mierda. Gracias por contar también vosotros con nosotras.
• Por último queremos tratar el tema de las agresiones sexuales y el mal trato: Sabemos que es un tema un poco peliagudo, pero creemos que de un tiempo a esta parte se está abusando del abuso: Somos defensoras del ya clásico “Ni una agresión sexista sin respuesta”, de hecho consideramos este texto respuesta a una agresión sexista y nos enorgullece sabernos parte de un movimiento en el que existe repulsa contra las agresiones sexistas y se toman medidas colectivas contra las mismas. Sin embargo nos entristece ver cómo desde nuestras filas el abuso o la agresión sexual se ha utilizado como pretexto para fines personales, cómo cada vez más situaciones se interpretan como abuso y cómo se enturbian nuestras relaciones. La reciente ley de violencia de género, aplicada en todo el estado español, admite el testimonio de la víctima como prueba irrefutable de agresión sexual y mal trato. Lo mismo que ocurre en la ley antiterrorista. Conocemos de sobra cómo funcionan sus juicios y lo poco que tenemos que hacer frente al testimonio de un policía, por ejemplo. Así que esta situación nos sirve como buen paralelismo con lo que está pasando en torno a la llamada violencia de género… y resulta que en nuestros espacios repetimos este esquema: la palabra de la víctima es prueba suficiente y da lo mismo lo que tenga que decir para defenderse el supuesto agresor. Obviamente hay casos en los que contamos con pruebas de sobra para creer a quien nos cuenta una agresión y tomar las medidas que consideremos oportunas para apoyar a nuestra compañera, existen casos en los que la violencia machista es real y merecen todo nuestro desprecio. Pero ¿qué ocurre cuando las cosas no son tan claras? ¿Dónde ponemos el límite de qué consideramos y qué no consideramos agresión? De toda relación existen al menos dos versiones, y pensamos que antes de posicionarnos y tomar medidas es necesario escuchar ambas. Si no, es muy probable que metamos la pata y jodamos la vida de algún compañero… Pensemos, por ejemplo, en la habitual figura del “baboso” y en las diferencias entre ser un baboso y ser un ligón. Seguro que conocemos cantidad de ocasiones en las que acusar a alguien de baboseo ha servido para desprestigiarle y apartarle de algunas movidas. ¿Dónde ponemos el límite entre ligue y acoso? Nosotras lo ponemos en la negativa explícita por una de las dos partes de continuar por ese camino. Mientras no se muestre un rechazo explícito, por muy clara que creamos que está nuestra postura, el otro —o la otra— pueden interpretar nuestra actitud como parte del juego, y continuar con las insinuaciones o ir un poco más allá. Una violación —una relación sexual forzada— es un abuso de poder —de la mayor fuerza física, generalmente—, una paliza también lo es. Pero que te toquen el culo intentando ligar, o te abracen más tiempo del deseado, se te “lancen al cuello” intentando besarte o te guiñen un ojo… sólo son eso, formas de continuar con el cortejo que había comenzado. Si tú no quieres continuarlo basta con decir “ya te vale”, o ponerte un poco chunga, o soltarle una ostia si lo consideras oportuno y es lo que te sale. Tal vez habría sido más útil y menos violento para ambos no entrar en el juego, no permitir que se llegara a esa situación. ¿Dónde está la autonomía femenina de la que tanto hablan las feministas? Podremos pensar que es un pesado, que tiene un ego demasiado subidito al no haberse dado cuenta de que pasamos de él, que va demasiado pedo —el alcohol es un mal aliado en estas situaciones—, incluso asquearnos un poco y decidir no volver a verle o hablarle. Pero de ahí a acusarle de abuso hay un salto importante. Y, ¿Qué pasa cuando la situación es al revés? Cuando es una mujer quien se pasa de la raya o malinterpreta una situación e intenta ir más allá, lo más probable es que él intente pararle los pies, puede que comente lo “calienta pollas” que le parece —imbéciles hay en todas partes—, pero lo que seguramente no ocurra es que la acuse de abusar de él porque casi nadie le creería y porque probablemente la reacción que generase sería más de burla que de solidaridad… la recomendación de la ostia que hacíamos más arriba es impensable en este caso. Pensamos que en esto del ligoteo le hemos dado la vuelta a la tortilla: nosotras ahora somos quienes podemos mirar, piropear, insinuar o entrar directamente. A ellos, en algunos círculos, más les vale cuidarse mucho de lo que hacen o dicen… Algo tan simple como un “Joder, qué buena está” puede convertirse en la llave para una campaña masiva contra el “baboso” en cuestión por machista y por “permitirse semejante cosificación de las mujeres en espacios liberados”… A lo que vamos: o ciertas actitudes se consideran válidas para todos/as o para nadie. Hablamos de respeto, y las faltas de respeto lo son independientemente del sexo de quien las hace. Ya va siendo hora de que nos planteemos, además, lo cerca que está nuestra intolerancia hacia cierto lenguaje de la mojigatería… Considerar agresión sexual ciertas expresiones, incluso ciertos insultos, es como afirmar que por fumar porros se terminará siempre enganchado al caballo. Nos parece algo exagerado, un mecanismo de control de la libertad de expresión ejercido con más fuerza sobre los hombres. Sí, se abusa del abuso, y cuando todo se interpreta como abuso es imposible que se de una relación entre iguales, puesto que uno —una— verá todos y cada uno de los gestos y actos del otro como síntomas de su condición de abusador, concibiéndose a sí misma, por lo tanto, como víctima en un estado permanente de inferioridad…
• En el maltrato psicológico o manipulación se concentran muchas de las cuestiones de las que venimos hablando hasta el momento. En principio, el maltrato psicológico podría definirse como la adopción de una serie de actitudes y palabras por parte de uno orientadas, de manera sistemática, a denigrar, desestabilizar y herir al otro —la otra—. Pero, lejos de ese abuso y humillación sistemáticas, con frecuencia hemos visto que se apela al maltrato psicológico o la manipulación para tirar por tierra los argumentos de nuestros compañeros por ejemplo durante una discusión: “Me estás manipulando, le das la vuelta a todo, etc…” Acusar a alguien de manipularnos psicológicamente significa aceptar una superioridad argumentativa por su parte y reconocernos nosotras mismas como inferiores, poner al descubierto nuestras propias inseguridades y nuestra falta de confianza en nuestros propios argumentos, sensaciones, opiniones… En realidad de lo que se le acusa es de ser capaz de razonar sus argumentos con cierta capacidad de convicción, como si esto se tratara de un mal a erradicar, en vez de cuestionarnos nuestra propia incapacidad —por oposición a su supuesta capacidad— y currarnos nuestras propias argumentaciones u otras formas de expresión. Y sabemos que esto no es siempre fácil, somos conscientes de la educastración que nos dieron nuestros padres —y madres, que no se nos olvide— y de la inseguridad que acarrea, pero esta educación castrante en el seno del “Patriarcado Capitalista Blanco” no es motivo ni pretexto suficiente para hacer de la carencia virtud. En cualquier relación, sea del tipo que sea —familiar, de pareja, amistad, laboral, entre compañeros de lucha…— y se dé entre personas de igual o diferente sexo, habrá siempre alguien que tenga más tablas argumentativas para defender su postura respecto a ciertas cosas que el otro/a, habrá quien se exprese mejor, se muestre más seguro/a de sí, incluso quien grite más. También habrá una de las partes que sea más emotiva, lleve con menos calma ciertas situaciones o cuente con un gran sentido del humor que ayude a liberar ciertas tensiones… Insistimos en que estas diferencias se darán siempre que se junten dos o más individuos e independientemente de que sean hombres o mujeres, por lo que no podemos estar de acuerdo con quienes consideran alguna de estas cualidades como un signo de dominación sexista. Cada uno/a somos diferentes, únicos/as e irrepetibles, y cada una/o tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, sabemos cómo utilizar las primeras y cómo controlar o corregir los otros. Habremos de esforzarnos por reconocer los propios y respetar los de los/as demás, esforzarnos por entenderlos y no utilizarlos para nuestro propio beneficio, para construir una relación en positivo y no sobre miserias.
QUEREMOS UN MUNDO SIN ABUSOS, NOS NEGAMOS A SEGUIR SIENDO VÍCTIMAS DE IGUAL FORMA QUE NOS NEGAMOS A SER LAS NUEVAS AGRESORAS. QUEREMOS QUE SE NOS TENGA EN CUENTA Y QUEREMOS TENERLES EN CUENTA. QUE SE NOS RESPETE Y ENTIENDA, RESPETARLES Y ENTENDERLES. COMBATIR JUNTO A ELLOS EL SEXISMO Y CONSTRUIR NUEVAS RELACIONES SOBRE LA BELLEZA DE LAS DIFERENCIAS.