Mateo Morral y el atentado de la calle Mayor

Historia del anarquismo en España
Erick Benítez Martínez
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Mateo Morral y el atentado de la calle Mayor

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En este contexto extremista y propagandístico se sitúa el atentado de Mateo Morral. El 31 de mayo de 1906, poco después de las dos de la tarde, tras desposarse Alfonso XIII y la princesa inglesa Victoria Eugenia, y cuando el cortejo nupcial se dirigía por la calle Mayor hacia el Palacio Real, Mateo Morral arrojó desde el balcón del tercer piso del número 88 una bomba oculta en un ramo de flores. La bomba, del tipo Orsini, similar a la del Liceo de 1893, cayó un poco desviada de su objetivo al rebotar en una guirnalda de un balcón. Los reyes resultaron ilesos, pero la explosión provocó una masacre entre la multitud: hubo veintitrés muertos y alrededor de cien heridos entre las personas que vitoreaban a la pareja real [5]. Mateo Morral consiguió huir y se refugió en la redacción de El Motín, periódico anticlerical dirigido por el veterano republicano José Nakens, quien, parece ser, le censuró el daño causado y le facilitó la salida de Madrid [6]. El anarquista catalán se vistió con un mono de mecánico en la Ciudad Lineal y llegó hasta Torrejón de Ardoz al mediodía del 2 de junio, bajo un sol de justicia, dispuesto a coger el primer tren hacia Barcelona [7]. Antes de dirigirse a la estación, intentó ocultarse en una de las casas del pueblo, pero la presencia disuasoria de tres perros guardianes le hizo desistir [8]. Ya en la venta del pueblo, la venta de los Jaireces, mientras comía algo, su acento catalán, sus exquisitos modales - impropios de un mecánico - y unos dedos vendados de su mano derecha levantaron las sospechas del guarda jurado Fructuoso Vega, que le requirió la documentación y le rogó que lo acompañase al pueblo. En las afueras de la venta, Mateo Morral mató con un disparo al guarda. Seguidamente, atemorizado y conmovido por las consecuencias del atentado fallido, se suicidó con un tiro en el pecho [9].
El atentado en sí, sus consecuencias, y el final de Mateo Morral provocaron una gran conmoción en la opinión pública, pero especialmente entre los intelectuales y escritores modernistas, pues el libertario catalán, en su breve estancia en Madrid, acudió con frecuencia a las tertulias modernistas, hasta tal punto que, según cuenta Ramón Gómez de la Serna, la víspera del atentado estuvo presente en la horchatería de Candelas en la calle de Alcalá:

Como una escapada a los cafés literarios, se iban a solazar [ los escritores modernistas] al café y horchatería de Candelas, que estaba en el edificio de La Equitativa, frente a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.
Era el primer café con ventiladores colgados del techo y estaba servido por morenas y opulentas mujeres (...)
En esa horchatería cuenta Ricardo Baroja que vio al ácrata Mateo Morral y presenció una cuestión entre el que iba a atentar con una bomba corbeille contra los reyes de España el día de sus bodas, y días antes – otra paradoja muy española – iba a aquel café disuadidor de violencias, rico en horchata apagadora de fuego.
(Ramón Gómez de la Serna, Don Ramón María del Valle-Inclán, Col. Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1979, pp. 76-77)

En efecto, en La Horchatería de Candelas en la calle de Alcalá se reúnen por aquel entonces los escritores y artistas modernistas del momento: Azorín, Ricardo Baroja, Valle-Inclán, Pío Baroja. De entre todos ellos [10], Pío Baroja es el que más recuerdos nos ha dejado sobre el libertario catalán y sus andanzas por Madrid. De hecho, el atentado de la calle Mayor y la posterior huida de Morral le inspiraron al escritor una novela, La dama errante (1908), de ahí que los recuerdos barojianos acerca de este hombre de acción sean muchos. Décadas después, en sus memorias redactadas en la postguerra, recordaba así a Mateo Morral y su paso por el local de la calle de Alcalá:

El año 1906 fue el atentado de Mateo Morral en la calle Mayor contra los reyes. Este atentado nos produjo una impresión extraordinaria.
Creo que también la produjo en Madrid y en España. Todo el mundo se preguntó qué objeto podía tener aquello.
Por lo que nos dijeron, Mateo Morral, el autor del atentado, solía ir a la cervecería de la calle de Alcalá donde nos reuníamos por entonces varios escritores.
Parece que le acompañaban Francisco Iribarne, un tal Ibarra, ex empleado del tranvía y luego tabernero, y un polaco Dutrem Semovich, viajante o corredor de un producto farmacéutico llamado la Lecitina Billón. Ibarra estuvo preso después del crimen.
El polaco e Ibarra recuerdo que tuvieron una noche un gran altercado con el pintor Leandro Oroz, que dijo que los anarquistas dejaban de serlo en cuanto tenían cinco duros en el bolsillo.
( Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino, Biblioteca Nueva, Madrid, 1949, p. 790 )

La cervecería de la calle de Alcalá a la que alude Baroja y la horchatería de Candelas, indicada por Ramón Gómez de la Serna, parecen ser el mismo local en el que se produjo el altercado al que se refiere Pío Baroja, y que el creador de las greguerías relata en estos términos:
El diálogo entre el anarquista y un joven pintor un tanto impertinente fue, según Ricardo Baroja, el siguiente:
«- ¿Bah, bah! ¡Esos anarquistas! En cuanto tienen cinco duros dejan de serlo.
El catalán le miró como si fuera a comérselo.
- Sepa usted- murmuró con voz ronca- que yo tengo más de cinco duros y soy anarquista.
-¡Bueno! – Será usted una excepción.
- No, señor; no soy ninguna excepción.
- Pues yo conozco...
- Usted no conoce nada.
-¡Hombre, yo...!
-Usted se calla si no quiere que le rompa la cabeza»
A los pocos días el pintor hermano de don Pío iba a ver el cadáver del regicida que se había suicidado en la huida de la Guardia Civil en campos de Torrejón de Ardoz.
(Ramón Gómez de la Serna, op.cit., p. 77)
Este enfrentamiento verbal entre el anarquista catalán y el pintor Leandro Oroz es muy ilustrativo acerca de la personalidad y sobre todo de los orígenes familiares y sociales del regicida, pues Mateo Morral no era un violento anarquista más. Natural de Sabadell (Barcelona), era hijo de un empresario textil. Fue un estudiante muy brillante, muy dotado para el aprendizaje de idiomas: conocía perfectamente el francés y el inglés a los dieciséis años. Al finalizar sus estudios secundarios, y como mucho de los estudiantes burgueses de un cierto nivel económico en la época, marchó a Alemania, donde aprendió rápidamente el alemán y se licenció en ingeniería mecánica, pero también se impregnó del pensamiento de Nietzsche y del ideario anarquista, especialmente de la corriente neomalthusiana. A su vuelta en 1902, reactivó primero el maltrecho negocio familiar y luego viajó como representante comercial por toda España, pero las ideas libertarias ya habían calado hondo en él y se enfrentó con la familia, al mismo tiempo que adoctrinaba a los obreros de la fábrica de su propio padre, quien lo apartó de la empresa y la familia al poco tiempo [11]. Le dio diez mil pesetas para que se estableciera por su cuenta, pero Mateo, fiel a sus ideales, marchó a Barcelona, donde desempeñó el cargo de secretario de la Cooperativa anarquista barcelonesa [12], y al poco tiempo entró a trabajar como traductor y encargado de la biblioteca de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia.
Por lo tanto, no era un obrero anarquista con una educación autodidacta, era un anarquista ilustrado de orígenes burgueses con una formación intelectual propia de la época, conocedor y partícipe de las nuevas ideas políticas y filosóficas finiseculares. Sostuvo económicamente la publicación de varios semanarios anarquistas: El Trabajo de Sabadell, El Rebelde de Madrid [13]. Según la prensa de la época, su anarquismo era preferentemente neomalthusiano, es decir, negaba la procreación para que la sociedad careciera de obreros, de soldados y de criados [14]. Mateo tradujo y distribuyó entre el proletariado femenino de Sabadell varios folletos neomalthusianos [15], también editó obras como El manual del soldado [16], o el volumen titulado Pensamientos revolucionarios, donde proporcionaba detalles para la fabricación de explosivos, modo de utilizarlos, ocasión oportuna, etc. [17]. Además de sus actividades libertarias, también tenía inquietudes artísticas: poseía conocimientos sobre pintura [18] y colaboró en la representación de una obra teatral de Ignasi Iglesias, La Resclosa [19]. En definitiva, Mateo Morral era un joven intelectual con ideas radicales que se relacionaba con el incipiente modernismo artístico barcelonés [20]. Su perfil psicológico, descrito por la prensa en los días posteriores al atentado y suicidio, encaja perfectamente en el prototipo del joven intelectual finisecular, en permanente desacuerdo con la realidad burguesa:

Mateo Morral, al decir de los vecinos de Sabadell, no iba a los teatros, ni a las reuniones, ni a los bailes como los demás jóvenes, y tal hastío aparentaba sentir por las cosas del mundo que nadie se atrevía a creerle como era, sino que le suponían afectado de grave enfermedad. Como era delgado, pálido y demacrado y se mostraba siempre huraño y taciturno, muchos le creían tísico y le compadecían.

(El Diluvio, Barcelona, 3 de junio de 1906)
Toda la prensa destaca su introvertida e iracunda personalidad, su carácter austero y extremadamente sobrio:

Mateo Morral tenía un temperamento linfático. Reconcentrado de espíritu, vivía hacia dentro. Era un contemplativo (...) Difícilmente se expansionaba; acaso nunca...Oía siempre con respeto, en silencio, ansioso de recoger impresiones o ideas, para elaborar su propio no exteriorizado pensamiento (...) Era sobrio, más que sobrio: no comía. Se alimentaba con dos cuartillos de leche diarios [21].
Precisamente su extrema sobriedad hizo que se desarrollara en él un odio absoluto hacia toda ostentación y lujo social, que, para el anarquista catalán, provenían de la explotación e ignorancia que padecía el pueblo. En este contexto, todo el boato que acompañaba a la boda de los reyes era algo execrable y, por lo tanto, un motivo perfecto para cometer una acción violenta propagandística [22].
Por su formación intelectual, sus inquietudes ideológicas y artísticas, no es de extrañar su presencia en el ambiente cultural madrileño de 1906 y su interés por las tertulias intelectuales de los cafés. Algunos de los escritores modernistas compartieron mesa y tertulia con Mateo Morral, de ahí el gran impacto que en todos ellos causó el atentado, su autoría y la curiosidad por comprobar y reconocer quién era el ácrata catalán capaz de semejante acción. Ésa es la causa por la que los hermanos Baroja y el propio Valle-Inclán acuden a ver el cadáver de Mateo Morral a la cripta del Hospital del Buen Suceso [23]. Baroja, en el prólogo a La dama errante (1908), proporciona detalles más concretos:

Yo no creo que hablé nunca con Morral (sic). El hombre era oscuro y silencioso; formaba parte del corro de oyentes que, todavía hace años, tenían las mesas de los cafés donde charlaban los literatos.
(...).
Después de cometido el atentado y encontrado a Morral muerto cerca de Torrejón de Ardoz, quise ir al hospital del Buen Suceso a ver su cadáver; pero no me dejaron pasar.
En cambio, mi hermano Ricardo pasó e hizo un dibujo y luego un aguafuerte del anarquista en la cripta del Buen Suceso.
Mi hermano se había acercado al médico militar que estaba de guardia a solicitar el paso, y le vio leyendo una novela mía, también de anarquistas, Aurora Roja. Hablaron los dos con este motivo, y el médico le acompañó a ver a Mateo Morral muerto [24].
Años más tarde, en 1924, Valle-Inclán, en el prólogo a la novela de Ricardo Baroja, El pedigree, hace constar su presencia aquel día en la cripta del Buen Suceso:

¡Grotescas horas españolas en que todo suena a moneda fullera! Todos los valores tienen hoja – la Historia, la Política, las Armas, las Academias -.Nunca había sido tan mercantilista la que entonces comenzó a llamarse Gran Prensa – G.P.- . ¡Maleante sugestión tiene el anagrama!. En aquellas ramplonas postrimerías, trabé conocimiento con Ricardo Baroja. Treinta años hace que somos amigos. Juntos y fraternos, conversando todas las noches en el rincón de un café, hemos pasado de jóvenes a viejos. Juntos y diletantes asistimos al barnizaje de las exposiciones y a los teatros, a las revueltas populares y a las verbenas: Par a par, hemos sido mirones en bodas reales y fusilamientos. Mateo Morral, pasajero hacia su fin, estuvo en nuestra tertulia la última noche. Le conocimos juntos, y juntos fuimos a verle muerto. Ricardo Baroja hizo entonces una bella aguafuerte: Yo guardo la primera prueba. Ajenos a la vida española, sin una sola atadura por donde recibir provecho, hemos visto con una mirada de buen humor treinta años de Historia. [25]
(Ramón del Valle-Inclán, Varia. Artículos, Cuentos, Poesía y Teatro. Edición de Joaquín del Valle-Inclán, Col. Austral, Espasa Calpe, Madrid, 1998, pp. 450-51).


“El campo de batalla del anarquismo, ínterin se espera la revolución social, tendría que ser la pluma, la palabra y el ejemplo […] Revolucionarios, meditad que la hora de nuestra emancipación tanto más tardará en sonar cuanto más tiempo permanezcamos en la ignorancia. Eduquémonos, instruyámonos, que el porvenir es nuestro”

José Llunas
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